Luís Fernando Tasceche.
“El hombre ha
experimentado mucho.
Nombrado a muchos celestes, desde que somos un diálogo y
podemos oír unos de otros”.
Hölderlin
Las moradas de Gabriel, son esos espacios creados y
abordados en su escritura literaria desde su “doble destino de periodista y
escritor”[1], por el natal de Aracataca para hacer la obra monumental que le ha legado
a la humanidad.
Las moradas, son esas escenificaciones del pasado vivido,
en las que muchas de sus escrituras literarias y periodísticas, son
permeadas y mediadas desde el mismo acontecimiento definitivo que tiene en un
literato, el convivir en su memoria, con sus iniciales y apasionantes lecturas,
que surgieron y estuvieron en una permanente recreación
inconsciente que innegablemente retroalimentaron su estilo, sus textos y su resignificación
“por las relaciones que establece entre
sus signos (creativos, literarios); genera, por decirlo así, un lenguaje
interior en relación de afinidad, contradicción y diferencia con otros
lenguajes”[2] y porque éstas relaciones o polirrelaciones, tienen una comunidad
ineludible que es indeleble por las
huellas matriciales que marcan en las obras de iniciación, pues se recrean,
como una columna vertebral presente, en un aquí y en un ahora, que en cada
nueva manifestación de la imaginación de su obra se han dado, al recobrar la
memoria de la celebración de la palabra.
Vuelve la celebración de la palabra, a todos los
escenarios de su lectura, interpretación y comprensión de su magistral
escritura completa, más cuando buscamos hacer “el taller-de
interrogación-crítica como una actividad
interpretativa”[1]
de sus obras, para que sea una de las condiciones de posibilidad de que el
realismo mágico sea transformador y genere perspectivas de construcción de
identidad y de los constructos culturales regionales y nacionales.
“Pleno de méritos, pero es poéticamente como el hombre habita esta tierra”, bien decía el maestro de la
poesía Hölderlin[3]. Es de esta manera como Gabriel mora en su tierra y nombra las cosas. Ese
es su habitar poético, su fundamento. Es un habitar en un lenguaje poético, un
lenguaje que “la poesía hace posible”, pues “el fundamento de la existencia
humana, es el diálogo como el propio acontecer del lenguaje”[4]. La instauración del ser y su ethos.
Ya lo afirmaba Martín Heidegger, “la poesía es el lenguaje
primitivo de un pueblo histórico. Pero, el lenguaje primitivo es la poesía como
instauración del ser”[5], como instauración de una memoria que sale del escritor y aviva sus
esencias en la escritura, en una fiesta con su ocupación, con su testimonio, con
sus signos, “que son, desde tiempos remotos, el lenguaje de los dioses”[6], pues “poetizar es el dar nombre original a los dioses”[7], dar nuevos sentidos a la existencia humana y ser capaz de interpretar con
la memoria de la escritura, la palabra de los pueblos, tejiendo “a las leyendas en las que un pueblo
hace memoria de su pertenencia a los entes en su totalidad. Pero a menudo esta
voz enmudece y se extenúa en sí misma. No es capaz de decir por sí mismo lo que
es propio, sino que necesita de los que la interpretan”[8], y es lo que García Márquez nos dona con sus elaboraciones literarias,
cuando interpreta lo sagrado de las leyendas de la memoria caribe.
De ahí sus anticipos y confirmaciones en las “Notas de
Prensa”[9], donde está la encrucijada a la que es fiel en su imaginación, el escritor
y el periodista de Gabriel, en el amplio marco creativo del oficio y porque
además no ha tenido límites frente a lo que él puede hacer de manera curiosa y
cuidadosa. Este proceso creativo en él se ha tomado todo el tiempo posible,
para acercarse a la verdad de la vida.
Es lo más cercano
y viable desde esa visión Caribe: “Yo nací
y crecí en el Caribe. Lo conozco país por país, isla por isla, y tal vez
de allí provenga mi frustración de que
nunca se me ha ocurrido nada ni he podido hacer nada que sea más asombroso que
la realidad. Lo más lejos que he podido llegar es a trasponerla con recursos
poéticos, pero no hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga su
origen en un hecho real”.
Por eso, es muy representativo y necesario hablar acerca
de las moradas de la memoria en las escrituras de Gabriel García Márquez,
porque nos encontramos con las claves de la profundidad de su obra, en la que
moran esos seres que no han huido de su poética pues están tan vivos y
presentes como una plenitud desbordante que cada vez es más transparente, en la
medida de su sencillez y su existencia. Son sus reinos intermedios en un tiempo
determinado por la memoria y por la palabra de la escritura de esta memoria,
precisamente “donde erraban de tierra en tierra, los sacerdotes sagrados del
Dios del vino, en la noche sagrada”[10].
Las moradas son las reuniones de la memoria con la
imaginación. Las moradas tienen relaciones interactivas con la memoria, tanto en lo
literario como en lo histórico. Las moradas convergen en la representación
textual en la forma de la escritura como en el contenido del recuerdo.
Winfried Georg Sebald, argumentaba que “la cuestión de la memoria
era la columna moral de la literatura y se mueve sobre unos terrenos comunes
con la historia y ambas, la literatura y la historia deben afrontar la responsabilidad
moral que conlleva representar el pasado recordado”[11].
Al hablar de las moradas y su relación con la memoria
en García Márquez, debemos
recordar unas decisivas disertaciones filosóficas de Martín Heidegger, -en el
semestre de invierno, en Alemania, entre 1951 y 1952-, donde sustentaba lo que
luego se fundó como el ensayo, “¿Qué significa pensar?”, un documento muy
valioso para la humanidad, que logra desarrollar los siguientes presupuestos:
“La morada del ser, es la reunión del pensar, es un habitar el mundo haciendo
un ingreso simbólico, en esa constitución del mundo simbólico, -lo dice
repensando Hölderlin-. La memoria es la congregación del pensamiento. Es lo que
nos da que pensar. Lo que merece pensarse. La memoria piensa en lo pensado.
Damos el nombre de memoria a la congregación del recuerdo en lo que debe
pensarse. La memoria como congregación del recuerdo. Toda acción poética brota
de la meditación del recuerdo”.
Las moradas literarias y de pensamiento, son verdaderos
espacios de alta transposición poética que se han ido elaborando poco a poco,
como amplios lugares de creatividad, donde convergen muchas escrituras que
afines y diferentes han permitido fundar una memoria universal en el escritor
de Cien años de Soledad y en grandes apartes esenciales de sus manifestaciones
literarias.
Son esos subterfugios literarios que él mismo ha
reconocido como vitales y frecuentes en toda su producción prosística, gracias
a las “influencias decisivas”[12] que tuvieron, William Faulkner y Ernest Hemingway.
Sugiere García Márquez, que ellos eran: “Mis dos maestros [que] eran los dos novelistas norteamericanos que parecían
tener menos cosas en común… Uno de ellos era William Faulkner, a quien nunca vi
con estos ojos y a quien sólo puedo imaginarme como el granjero en mangas de
camisa que se rascaba el brazo junto con dos perritos blancos, en el retrato
célebre que le hizo Cartier Bresson. El otro era aquel hombre efímero que
acababa de decirme adiós desde la otra acera, [cuenta Gabo, que en el
bulevar de Saint Michel, en París, un día de la lluviosa primavera de 1957, cuando
caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, -con 59
años, lo reconoció, porque era enorme y demasiado visible-, le gritó para
expresarle su admiración sin reservas, de una acera a la otra: “Maestro.”
Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la
muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en
castellano con una voz un tanto pueril: “Adiós, amigo.” Fue la única vez que lo
vi.]...y me había dejado la impresión de que algo había ocurrido en mi
vida, y que había ocurrido para siempre… Tal vez por eso Faulkner es un
escritor que tuvo mucho que ver con mi alma, pero Hemingway es el que más ha
tenido que ver con mi oficio”[13].
Acaso, sean estás las fuentes vitales de esa sabiduría adquirida con el
oficio frecuente de la escritura poética y novelística que podemos destacar de
forma permanente, en las formas de narrar del maestro Gabo.
Estas moradas son las verdaderas claves de su invención literaria,
porque como moradas de su ser literario son las grandes reuniones de su pensar
y su imaginar, son sus hablas interiores, “que sirven para entender, con el fin
de comunicar experiencias, decisiones, estados de ánimo”[14].
Podríamos enunciarlas, pero es mejor detallar y esbozar esos esfuerzos del
escritor por abrirse paso, en medio de una gran diferenciación que no es otra
cosa que su poder creativo de saber resolver esas fuerzas en pugna que tienen
las grandes narraciones literarias en las historias definitivas que nuestro
escritor colombiano ha logrado afrontar y desbordar con su imaginación.
“No sé quién dijo que los novelistas leemos las novelas de los otros sólo para
averiguar cómo están escritas. Creo que es cierto. No nos conformamos con los
secretos expuestos en el frente de la página, sino que la volteamos al revés,
para descifrar las costuras. De algún modo imposible de explicar desarmamos el
libro en sus piezas esenciales y lo volvemos a armar cuando ya conocemos los
misterios de su relojería personal. Esa tentativa es descorazonadora en los
libros de Faulkner, porque éste no parecía tener un sistema orgánico para
escribir, sino que andaba a ciegas por su universo bíblico como un tropel de
cabras sueltas en una cristalería. Cuando se logra desmontar una página suya,
uno tiene la impresión de que le sobran resortes y tornillos y que será
imposible devolverla otra vez a su estado original.”
Él, es consciente y jamás lo ha negado porque hace parte de su naturaleza franca y frentera de
saber reconocer esos espíritus inmanentes en su obra literaria.
Cuando Gabriel, habla de ellos, lo ha hecho descubriendo
ese factor definitivo que cada uno ha tenido en su saga y cómo desde ellas, las
sagas, “desde sus formas de concebir la literatura” fue avizorando en su
inconsciente literario, un portento de betas y riquezas incomparables porque su
literatura posee una memoria prolífica de cadencias narrativas encadenadoras,
muy palpable en muchos de sus desarrollos estilísticos y argumentativos como en
las maneras de narrar, como en las que su prosa se presenta y explica sus
personajes, como cuando desde sus ideas literarias elabora su propio ethos
cultural y sus propias coherencias con las que advertía, saber leer y escribir
desde que produjo crítica de cine para algunos periódicos del Caribe en 1948.
Estanislao Zuleta, en ese prodigioso e incomparable
texto-conferencia “Sobre la lectura”, nos muestra la importancia del rol
del buen lector crítico, con un planteamiento que lo aprendió de Nietzsche,
-cuestión muy visible en el hijo de Luisa Santiaga Márquez-. Y que nos lo
recuerda insistentemente cuando se refiere a: “Hemingway, en cambio, con menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus
tornillos a la vista por el lado de fuera, como en los vagones de ferrocarril.”[15]
Al acercarnos al problema de la lectura, señalaba Zuleta,
que uno debe advertir en Nietzsche es cómo hay que interpretar sobre lo que él
llama: “el espíritu de camello, que es el espíritu que admira, que tiene
grandes ideales, -presente en los grandes maestros, una inmensa
capacidad de trabajo y dedicación”[16].
Cuenta Gabo
que: “Había leído todo lo que ellos habían publicado hasta entonces, pero no como lecturas complementarias, sino
todo lo contrario: como dos formas distintas y casi excluyentes de concebir la
literatura.”[17]
Ese carácter que confirma y configura, el comentarista de
su obra magna siempre abierto y con un espíritu agudo y crítico perfectamente perceptible en la obra
de García Márquez.
Ese buen escritor, es también “un buen lector y
es un espíritu que sufre y padece la necesidad de buscar una comunidad con ciertos
pensamientos” que están inmersos en sus diferentes caminos literarios de
lectura, por los mismos que transitó evidentemente el García Márquez,
primigenio que muchos valoramos en estos tiempos de pléyades.
Esa es una gran característica del pensamiento humano en los escritores que han
traspasado el umbral de la cultura universal, y que han podido encontrar con
quien compartir sus originales y que se los puedan leer sin ninguna idea
preconcebida.
Este fervor literario, no es cualquier fervor porque
implica sacrificios, dedicación, horas de vigilia -casi que diez y dieciséis
horas diarias en el desierto de la imaginación como lo hemos sabido en muchas
crónicas y reportajes sobre el Nobel costeño- y donde el escritor “se enfrenta
con el dragón lleno de múltiples escamas y donde todas esas escamas rezan una
misma frase: tú debes”[18].
Pero, en ese momento el espíritu creador del
escritor sufre una y muchas crisis y es cuando puede inventar cuentos y novelas
definitivas para la literatura latinoamericana y del mundo.
-¿Por qué?
Porque como escritor creativo, inexorablemente debe
oponerse a “ese gran deber” y entonces su espíritu creativo se opone al deber de muchas
formas y maneras.
Se opone a esa difícil encrucijada del escritor y acepta esas grandes
determinaciones de la soledad con un espíritu rebelde que es desde donde opera
su memoria, que es la memoria del narrador socioculturalmente caribeño que
viene narrando en su escritura y que es la que viene dimensionando la
interlocución permanente con la complejidad de la memoria caribe, africana y
española que está instalada en su mente escritora y creadora.
Esas grandes determinaciones de la soledad tiene múltiples
significados, pues la soledad puede ser Memoria, es activación de tiempos
múltiples, en pasado como en presente, es una metáfora del tiempo. La soledad
es metáfora del tiempo. La soledad es una metáfora de la Memoria y a la vez,
una metáfora de la historia. El problema es saber descubrir e interpretar es
cómo el uso de la metáfora del tiempo y de la memoria, es un uso social, crítico
y desbordante en la medida de la exageración. Es un uso clarificador porque la
Memoria está íntimamente ligada con la metáfora. No es que sea claramente un
uso cualquiera de la metáfora. No. Es el uso de una metáfora irónica y
satírica, de ahí su validez universal. Pues sus usos nos permiten entender las
lógicas temporales de la soledad desde otra manera de ver y entender el mundo
en esa socioculturalidad caribeña que desdobla la verdad histórica con mejores
indicios de los problemas y sus relaciones con el tiempo y con la creación de
Macondo como una biogeografía necesaria de la vida de la escritura y como uno de
los tantos renacimientos de su prodigiosa Memoria escritural e imaginativa de
sus lugares simbólicos que nacieron en esa patria definitiva de la infancia.
En ese sentido, Santiago Villa Chiappe, nos dice que hay que tener en cuenta: “si el relato no tiene porqué representar la realidad del pasado de una manera verdadera, y si el texto literario no tiene el imperativo de hacer referencias históricas ciertas, entonces parecerían minadas las relaciones que pudieran hacerse entre la literatura y la historia. La salida a este problema tendría que asumirse presentando una relación entre la interpretación del pasado y la ficción que no esté regida por la experiencia de verdad propia de la disciplina histórica. [Entonces,] habría que partir de una operación mnemónica anterior a la historia y entender a la literatura como una escenificación de la memoria colectiva.
Este [último] concepto se apoya en los siguientes supuestos:
1.
Un individuo puede tener un imaginario sobre el
pasado que lo identifique con una colectividad. Una memoria que no es la suya,
el resultado de su experiencia vital, sino una heredada, que fundamenta el
sentido de pertenencia a un grupo.
2.
Esta memoria se representa mediante una “puesta en
escena” que puede ser asumir distintas formas –un texto, una danza, un
monumento, una canción, etcétera-.
3.
La memoria colectiva no necesariamente debe seguir
los preceptos de la historia. Ésta se escenifica mediante la ficción con la
misma facilidad con que podría hacerlo mediante una interpretación que busca
establecer un marco de verdad. El imaginario ficcional hace parte de la memoria
colectiva, muchas veces en la misma medida que los datos históricos mismos.
Narración, representación, escenificación, son las tres operaciones que realiza la obra literaria. La relación que
establece la literatura con el pasado es metafórica más que referencial.”[19]
Estos elementos: la narración, la representación y la
escenificación tienen relaciones interactivas con la Memoria, así pertenezcan
al bucle dialógico de la literatura y la historia corroboran que en la
socioculturalidad caribe y en los espacios de la Oralidad poética convergen en
la representación textual en la forma de la escritura como en el contenido del
recuerdo y son esa “congregación del recuerdo en lo que debe pensarse, pues
toda acción poética brota de la meditación del recuerdo”[20], y es por eso, que las obras literarias de García Márquez tienen “esa
ética de la memoria” pues son la expresión de esas profundidades vividas y
experimentadas en la región más transparente de su escritura que es la palabra
de su memoria. La memoria de una infancia efectiva. Es como lo dijo Hölderlin
“quién ha pensado lo más profundo, ama lo más vivo”, ama la palabra de su
Memoria, ama la profundidad de lo vivido.
Diríamos que es muy perceptible, que toda la experiencia
de la escritura en él, es un signo de cómo está de viva esa memoria y cómo es
de significativa dentro de lo imaginario y lo simbólico. De ahí su profundidad
literaria y el ritmo insobornable de su Memoria con los pasados profundos de
cada uno de los imprintings culturales en los que deviene el ser humano de
Gabriel.
Es esa la memoria de la socioculturalidad en Gabriel García, que es la memoria que esta expresada en la memoria de la oralidad, y que de manera clave expone el licenciado en Ciencias Sociales Luís Alfonso Alarcón Meneses, cuando habla que la memoria es “fuente oral” porque “ocupa un lugar apropiado en el sistema de comprobación, experimentación y análisis que nos puede llevar a construir una historia fiable.”[21]
Es esa la memoria de la socioculturalidad en Gabriel García, que es la memoria que esta expresada en la memoria de la oralidad, y que de manera clave expone el licenciado en Ciencias Sociales Luís Alfonso Alarcón Meneses, cuando habla que la memoria es “fuente oral” porque “ocupa un lugar apropiado en el sistema de comprobación, experimentación y análisis que nos puede llevar a construir una historia fiable.”[21]
De la misma manera Alarcón Meneses argumenta que esta memoria de la “Oralidad es
una fuente que sin lugar a dudas se constituye en una de las materias primas
con que cuentan los estudiosos y que ha sido más valorada por la literatura y
el caso más sobresaliente es García Márquez” quien lo ha hecho visible y
demostrable en toda su obra literaria tan trascendental para la humanidad.
Descubramos cómo él mismo corre el velo de esa forma de la memoria: -“Fue un viaje más revelador de lo
que yo pensaba, y por mejores motivos, porque a medida que trataba de
escudriñar la memoria de los otros, me iba encontrando con los misterios de mi
propia vida”[22].
Sumado a este evento de viajar, está la eterna
compañía de Álvaro Cepeda Samudio y sus inmodificables revelaciones que le han
hecho comprender de cierta manera, los finales de largas búsquedas y el sentir de la urgencia de contarlas y “que tal vez fue
el acontecimiento que definió para siempre su vocación de escritor”[23] como lo dice en “El cuento del cuento”.
-“Seguía buscando, en la imaginación, la pata indispensable que le faltaba al trípode, tratando de inventarla
a la fuerza, sin pensar siquiera que también la vida lo estaba haciendo por su
cuenta y con mejor ingenio”.
-“Bayardo San Román y Ángela Vicario, están viviendo juntos en Manaure, viejos y jodidos, pero felices” le dijo de
pronto, Cepeda, en su casa de domingos, frente al llamado “mar miserable de
Sabanilla”.
-Fue una revelación que le puso el mundo en orden, era el
final que faltaba-, a la historia de la “Crónica de una muerte anunciada”.
Esta historia rondaba la memoria creadora desde hacía más de treinta años
al maestro Gabriel y a varios miembros de la Cultural y memoriosa “Cueva” de
Barranquilla.
Es la memoria de un Gabo que tiene grandes ideales,
grandes maestros y que posee una enorme capacidad de trabajo como ya lo hemos
dicho, pero que ante todo tiene la capacidad de aprender a escuchar la factura
musical de lo que implican todos esos pensamientos y ahí está la capacidad de
saber interrogarse e interrogar desde su ethos costeño por una cultura
universal que sale a inventar, pensar y elaborar desde su nación AfroCaribe y
mestiza, en un nuevo mundo que sabe conocerse contando sus propias historias y
sus innegables pensamientos remozados y remotos, pero válidos para la vida del
arte universal.
Al respecto, Gabo, reconoce de Hemingway “el asombroso
conocimiento del aspecto artesanal de la ciencia de escribir…que (es) una de
las dificultades mayores y es la de organizar bien las palabras, que es bueno
releer los propios libros cuando cuesta trabajo escribir para recordar que
siempre fue difícil, que se puede escribir en cualquier parte siempre que no
haya visitas ni teléfono, y que no es cierto que el periodismo acabe con el
escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo contrario, a condición de que se
abandone a tiempo…Con todo, su lección fue el descubrimiento de que el trabajo
de cada día sólo debe interrumpirse cuando ya se sabe cómo se va a empezar al
día siguiente. No creo que se haya dado jamás un consejo más útil para
escribir. Es, ni más ni menos, el remedio absoluto contra el fantasma más
temido de los escritores: la agonía matinal frente a la página en blanco.”[24]
A la vez, es tener la capacidad de una memoria que es muy
sensible y que por eso, abre un diálogo imaginario con el duelo de aprender a
dejar “el niño que es inocencia y olvido” que tanto nos ha mostrado Nietzsche y
ahí es cuando aparece el nuevo comienzo de una nueva espiral gratificadora en
Gabriel García Márquez, creando para la literatura, ese universo simbólico de
Macondo como el nuevo lugar del que nace
lo que debía llamarse como el nuevo impresionismo literario que surge en el
grupo barranquillero y que lidera desde la significativa “Cueva” en la Barranquilla de todas las
existencias posibles.
Es crear y pensar desde las presencias y no resignarse a
quedarse en el pasado, sino insistir en su presencia y dar cuenta de él hasta
darle realmente muchos sentidos a través de la escritura poética desde todas
esas realidades y exploraciones que lo han invitado a interpretar esas memorias
que lo arrastran por los ritmos de sus contenidos y de sus facturas musicales.
En “Algo más sobre literatura y realidad” deja estas
imborrables frases: “Un problema muy serio que nuestra realidad desmesurada
plantea a la literatura es el de la insuficiencia de las palabras… [Y más
adelante lo reconfirma escribiendo]Sería necesario crear todo un sistema de
palabras nuevas para el tamaño de nuestra realidad”. Pág.154
Esas
exploraciones son la expresión de cuestiones muy profundas que saben combinarse en un
juego de espirales implicantes y arrolladoras, como una rueda simbólica que
gira y escribe con un pensamiento filosófico que lucha contra el afán del
hombre moderno y el olvido impuesto por la modernidad.
En esas búsquedas, el maestro de la palabra Gabriel
García, indaga desde la literatura por esa realidad casi inconmensurable. “Esa
realidad increíble alcanza su densidad máxima en el Caribe, que, en rigor, se
extiende (por el norte) hasta el sur de Estados Unidos, y por el sur, hasta
Brasil. No se piense que es un delirio expansionista. No: es que el Caribe no
es sólo un área geográfica, como por supuesto lo creen los geógrafos, sino un
área cultural muy homogénea. En el Caribe, a los elementos originales de las
creencias primarias y concepciones mágicas anteriores al Descubrimiento, se
sumó la profusa variedad de culturas que confluyeron en los años siguientes en
un sincretismo mágico cuyo interés artístico y cuya propia fecundidad artística
son inagotables. La contribución africana fue forzosa e indignante, pero
afortunada. En esa encrucijada del mundo, se forjó un sentido de libertad sin
término, una realidad sin Dios ni ley, donde cada quien sintió que le era
posible hacer lo que quería sin límites de ninguna clase: y los bandoleros
amanecían convertidos en reyes, los prófugos en almirantes, las prostitutas en
gobernadoras. Y también lo contario”. Pág.155-156
Es la expresión de asombro y diferencia que debe tener un escritor del
talante de Gabo, frente a Hemingway, cuando le enseña que “no es cierto que el
periodismo acabe con el escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo
contrario, y con la condición que se abandone a tiempo. “Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor
placer”, dijo, “solo
la muerte puede ponerle fin”.Pág.172
Pero, en “¿Una entrevista? No, gracias”, Gabriel deja
sentado un precedente bien claro sobre esa permanente tensión entre el
periodista y el escritor y precisa: “Cuando se tiene que conceder un promedio
de una entrevista mensual durante doce años, uno termina por desarrollar otra
clase de imaginación especial para que todas no sean la misma entrevista
repetida”. Gabriel García, acude a la imaginación especial porque “En realidad,
el género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del
periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la
ficción…Unos y otros, por otra parte, no han aprendido aún que las entrevistas
son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y sólo
sale bien si esas dos personas se quieren…Hay entrevistadores de diversas
clases, pero todos tienen dos cosas en común:
piensan que aquélla será la entrevista de su vida, y están asustados. Lo que no saben –y es muy útil que
lo sepan- es que todos los entrevistados con sentido de responsabilidad están
más asustados que ellos… [Se olvidan los entrevistadores que muchas veces los
entrevistados quedan tan descubiertos por dentro y por fuera como de cuerpo
entero, cuando se sabe administrar, algo que “sólo puede lograrse, desde luego,
con los recursos mágicos de la ficción”.] Un buen entrevistador, a mi modo de
ver, debe ser capaz de sostener con sus entrevistados una conversación fluida,
y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El
resultado no será más fiel, y sobre todo más humano, como lo fue durante tantos
años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre
abominable de magnetófono. Ahora, en cambio, uno tiene la impresión de que el
entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el
magnetófono lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es
lo que más vale en una entrevista. No se crea, sin embargo, que estas desdichas
me alegran. Al contrario, al cabo de tantos años de frustraciones, uno sigue
esperando en el fondo de su alma que llegue por fin el entrevistador de su
vida. Siempre como en el amor”. Pág.165
Ryszard Kapuscinski, en un taller que fue organizado por
la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano y que dictó entre el 7 y
el 11 de octubre de 2002, en Buenos Aires, al respecto decía que: “Hace 50 años
este oficio se veía muy diferente a como se percibe hoy. Se trataba de una
profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel intelectual y
político. La ejercía un grupo reducido de personas que obtenían el
reconocimiento de sus sociedades. Un periodista era una persona de importancia,
admirada. Cuando andaba por la calle, todos lo saludaban. [El periodismo se
vivía como una noble vocación a la que las personas se entregan plenamente y
para toda la vida] Algunos de los mayores políticos del mundo contemporáneo
empezaron su carrera como periodistas y siempre se sintieron orgullosos de
ello. El británico Winston Churchill trabajó como corresponsal en África antes
de convertirse en uno de los grandes estadistas del siglo XX; lo mismo sucedió
a algunos escritores como Ernest Hemingway, por ejemplo. Estos grandes hombres
siempre reconocieron que sus carreras comenzaron en el periodismo, y nunca
dejaron de sentirse periodistas. Pero eso cambió en los últimos 20 años, [de 1983
para acá o mucho más antes] a partir de una tremenda transformación en las
prácticas de este oficio.”[25]
Ahí, en esa relación entre periodismo y literatura se establece un bucle
dialógico y también está la fundación de un estilo que se impone y es la
necesidad de saber crear interpretando las realidades de este mundo posible e
imposible y que disloca las relaciones internas de la historia de un texto con
la memoria de los pueblos del Caribe premoderno, en que vivimos y que le toco
redimir escribiendo.
Esa es su gran capacidad, la de tener la capacidad de
interlocutar e interpelar con las culturas del caribe a la cultura universal,
creando una escritura que genera nuevas identidades y estimula al lector hacia
nuevas ritualidades que le encuentran sentido a la experiencia humana desde
este mundo mágico, caribeño y con otras significaciones de lo que es la vida,
vivir y contarla como lo ha hecho siempre.
Son la interpelación mágica de unas formas de ver el mundo que anuncian su llegada en diferentes
lugares del mundo para quedarse definitivamente como una revelación que sabe
que el tiempo se celebra y se consagra de otra manera y con diversas
representaciones de contarse. Son en García Márquez verdaderos rituales. Las
fiestas de la palabra. La consagración caribeña de saber contar y revelar el
secreto de las historias en los momentos precisos e inocultables.
En ese trabajo diario de imaginar mejor el oficio del
periodismo, el maestro Gabriel, cuenta que “Hemingway, es el que más ha tenido
que ver con su oficio, y por su asombroso conocimiento del aspecto artesanal de
la ciencia de escribir”. También
resalta Gabo, la entrevista histórica
que ofreció Hemingway a George Plimpton, en la que desvirtúa el concepto
romántico de la creación literaria y periodística cuando asegura que son
convenientes para escribir y tener
mejores condiciones como es asegurar la “comodidad económica, buena salud y que
es bueno releer los propios libros cuando cuesta trabajo escribir para recordar
que siempre fue difícil”.
Cuando podemos desbrozar las influencias de Hemingway y
Faulkner, en la obra García-Marquiana consideramos que las perspectivas de
ellos, son muy notables en Gabriel con una singularidad y una originalidad
incunables que sólo puede ser comprobable en el hijo del telegrafista del viejo
Departamento del Magdalena.
Logra Gabo, convertir estas influencias en las huellas
sensibles de su memoria, en valoraciones simbólicas que indudablemente
tendremos que saber descifrar, como problemas simbólicos y significativos de su
literatura, tal y como lo explica el antropólogo Claude Lévi-Strauss, “el hombre es simbólico e ingresa de manera forzosa en un universo
simbólico, universo que en primer lugar está constituido por el lenguaje, que
está desarrollado de tal manera que todos los sujetos que ingresan en él se
tienen que someter a una interpretación que está implícita, a una clasificación
del mundo, a una valoración del mundo, porque el lenguaje no es inocente, cada
término no es una simple señal para distinguir algo sino que también incluye
una valoración. El ingreso en el lenguaje es un aspecto de la idea de que el
hombre no puede en realidad someterse a lo natural, adaptarse a lo natural,
realizarse en lo natural, sino pasando por la mediación de lo simbólico, de una
estructura significativa”.
Y lo reafirma de forma muy clara Estanislao Zuleta cuando
señala que estas mediaciones “pertenecen no a una sola cultura en particular
sino a todas. Toda cultura hace ingresar esas diferencias en un orden simbólico
y produce rituales de diversas formas donde se marcan las diferencias con una
significación cultural”.
En ese sentido nada más aproximado que lo que Gabriel
defiende como un rasgo de su cultura en “Algo más sobre literatura y realidad”: “En síntesis,
los escritores de América Latina y el Caribe tenemos que reconocer, con la mano
en el corazón, que la realidad es mejor escritor que nosotros. Nuestro
destino, y tal vez nuestra gloria, es tratar de imitarla con
humildad, y lo mejor que nos sea posible”.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
[2] Zuleta,
Estanislao, Sobre la lectura, Pág. 84, Universidad Libre, Bogotá, 1978, Sobre
la Idealización en la vida personal y colectiva, y otros ensayos, Procultura
S.A., Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, 1985.
[3] Estanislao Zuleta, lo traduce de otra forma: “Lleno está de méritos el
Hombre, más no por ellos sino por la poesía, hace de esta tierra su morada”.
[4] Heidegger,
Martín, Hölderlin y la Esencia de la poesía, 1937, traducción y
prólogo de Samuel Ramos, Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
[9] García
Márquez, Gabriel, Notas de Prensa, 1980-1984, libro aparecido en 1991, Edición
Editorial Norma S.A., 1995, edición al cuidado de Margarita Valencia.
[11] Georg
Sebald, Winfried, novelista alemán, citado por Santiago Villa Chiappe, La
historia y la memoria literaria en Cien Años de Soledad, 2006.
[13] García
Márquez, Gabriel, Notas de Prensa, Mi Hemingway Personal, Pág. 170-171,
Editorial Norma.
[14] Heidegger,
Martín, Arte y Poesía, El Origen de la obra de Arte y Hörderlin y la esencia de
la poesía, Breviarios, Fondo de Cultura Económica, 1937- Edic., 1998
[16] Zuleta,
Estanislao, Sobre la lectura, Transcripción de una conferencia dictada en la
Universidad Libre, Bogotá, en 1978, que comenta otra con el mismo nombre,
dictada en Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, en 1974.
[19] Villa
Chiappe, Santiago, La historia y la memoria literaria en Cien Años de Soledad,
2006, Universidad de los Andes.
[21] Alarcón,
Meneses, Luis Alfonso, Oralidad y Carnaval, Pág. 92 del libro Carnaval en la
Arenosa, impreso por el Fondo de Publicaciones de la Universidad del Atlántico,
Barranquilla, agosto de 1999.
[25] Kapuscinski, Ryszard, Los cinco sentidos del periodista, (estar, ver, oír,
compartir, pensar) Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fundación
Proa, FCE, 2003. Debemos decirlo y repensarlo como reescribirlo con la amplitud
necesaria porque Ryszard, es uno de los grandes constructores en el siglo XX de
ese Nuevo Periodismo que nace de ese bucle creador de los oficios del escritor
y el periodista. Nace de la “renovación del lenguaje periodístico que tan sólo
emplea un promedio de mil palabras. Ese periodismo diario tradicional no puede
dar cuenta del mundo en su riqueza. Ese periodismo no es capaz de reflejar la
realidad en todos sus matices. Ese periodismo que aunque tiene el valor de ser
eficaz y rápido en el fondo resulta demasiado superficial y limitado”. Por eso,
hay que decir que Ryszard, es uno de los enormes creadores de esa revolución
que ha hecho y sigue haciendo el Nuevo Periodismo en varias décadas, porque
tuvo un objetivo que consistía en introducir otro lenguaje y otros medios de
expresión porque estaba movido por la necesidad de promover un cambio. La
fuente a la que recurrieron en busca de recursos para hacerlo fue la literatura
de ficción. Se rompía con la fórmula estática y conservadora de la noticia pues
deseaban hacer y tratar de profundizar el conocimiento del mundo, para hacerlo
más rico y pleno. Comprendieron como “los cubistas que una forma lleva en sí
muchas formas, [aristas y posibilidades] y para hacerlo trataron de mostrar la
realidad desde varios puntos simultáneamente”. Los acontecimientos y las
personas reales que nutrían al periodismo tradicional, sufrieron un cambio muy
importante con la incorporación de los recursos de la narrativa, con las
herramientas y las técnicas de la ficción, porque enriquecieron el trabajo
periodístico y con la combinación y mezcla de los ámbitos que componen el bucle
de las realidades sociales y el periodismo, el Nuevo Periodismo como género
comunicativo y de información, presenta nuevos valores e importancia, es un
género capaz de informar y también de explicar, comentar, provocar reflexión.
Crea una nueva dimensión en el mundo de los Medios, que es muy positiva, donde
las distintas ramas del Periodismo se nutren recíprocamente. Leer y reescribir
como repensar “el Nuevo Periodismo” Parte III, Págs. 37-53.
[1] Restrepo,
Luís Antonio, Prólogo, a Arte y Filosofía, Estanislao Zuleta, Editorial
Percepción, Medellín, Colombia, 1986.
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