miércoles, 10 de febrero de 2016

Las Sagas del Petronio


Las Sagas del Petronio

El Petronio:
Un mar sonoro lleno del oleaje y el sabor Pacífico.

Por Luís Fernando Tasceche ©
Fotografías de Francisco Parra.


“…Uno es de donde nace, de donde vive, del lugar de los padres y de los abuelos y de los sitios donde lo conocen y lo recuerdan. Uno también es del sitio donde se originaron los ancestros porque todos somos una suma inevitable de olvidos y recuerdos y herencias imposibles de borrar”.                                                                                  Ninfa Rodríguez Mosquera.



Desde que nació el Festival de Música del Pacífico y se inauguró  el 6 de agosto de 1997 en el Teatro Municipal Al Aire Libre Los Cristales, éste se fue convirtiendo en un proceso de desarrollo cultural que alcanzó a convertirse en un espacio social “de congregación y reflexión sobre la herencia cultural de la tradición del Pacífico”[1]. Un espacio de transmigración espiritual e interculturalidad consustancial de los verdaderos ethos de sus pueblos porque contó con la presencia de las colonias asentadas en  gran número de los barrios, comunas y corregimientos de la municipalidad de Santiago de Cali.

Siempre es muy grato descubrir que todas las cantadoras y los músicos que hacen las músicas en el formato de Marimba e interpretan los cantos tradicionales Afrodescendientes de sus culturas musicales, nos permiten sentir a cada uno de los que vivimos la fiesta afrocolombiana por antonomasia, que ésta es la fiesta ritual más liberadora, explosiva y representativa por toda la vitalidad  y creatividad musical que  se despliega en propios y extraños alrededor de la fuerza viva del Currulao.

Esta es la fiesta en la que -“éstas cantadoras y éstos músicos”-  que son los portadores de las tradiciones, encarnan en cada una de sus expresiones cantables, una verdadera elegía a la fuerza de la música en la vida de los territorios, donde como decía el maestro del verso poético Helcías Martán Góngora: se siente “en lo más profundo/este cantar de mi gente… /La sangre da la vuelta al mundo/como el mar al continente. /Bailo con negra soltura en Tumaco y Ecuador, /en Guapi, en Buenaventura/y en la costa del Chocó. /El cantar que tú modules/ nunca tendrá la virtud /que tiene mi makerule, /currulao, berejú/makerule, berejú!/”[2].

Es un poema que está cuajado por la fuerza sensible de una escritura que patenta la experiencia del que vive los juegos encadenantes de los grandes abalorios que poseen el mar y sus músicas, pues dan cuenta del Ritual y la Ceremonia de las Fiestas con la participación de la Palabra, la Música y la Danza, precisamente cuando éstas con sus nombres de makerule, berejú, currulao, aguabajos, abozaos, alabaos, y patacorés,…etc. son gran parte de los ritmos que simbolizan la memoria del cuerpo y el folklor de los pueblos del litoral.
                                  
Estos ritmos son un autoreconocimiento  de las diversidades orales, sociales, creativas y  pluriétnicas que se generan e inventan desde sus propios escenarios y donde hacen posibles el goce,  el divertimento y  realización de la imaginación  de los pueblos afropacíficos que las viven y comparten en el espacio de las Fiestas locales de la región Pacífica y en la preparación de los procesos de desarrollo y fomento del Festival Petronio en los territorios de la cuenca.

Por eso, el recuerdo del texto del maestro Helcías. El poema es el testimonio vivo de la fuerza que tienen unos ritmos y el carácter simbólico que los resume, pero que hasta ese momento de la escritura del poema          -Cali todavía está ausente- y no ha germinado el Petronio como Festival y Fiesta de tradiciones.

Pero,  en el poema al lector del mundo, el poeta Martán lo insta a vivir y sentir estas músicas entrañables de la madre del agua en la tierra: el mar de Yemayá, en el océano Pacífico. Son las mismas músicas y comunidades que ya hacen parte del territorio caleño en pleno siglo XXI, porque a esta ciudad han llegado en los últimos treinta y cinco años, cientos de miles de inmigrantes Afrodescendientes provenientes del Pacífico colombiano, trayendo consigo y aportando un gran acervo de tradiciones y valores culturales presentes por centurias en las rutinas cotidianas de sus vidas.

De ahí, la necesidad de definir que la impronta esencial del Festival de Música del Pacífico “Petronio Álvarez” la incorporan los músicos y las cantadoras que  participan como transmigradores  de las tradiciones  orales y ancestrales que han sido transmitidas de generación en generación desde la llegada del África a América, gracias a la capacidad de testimoniar y tejer formas de relacionarse y de ser que tienen los pueblos, puesto que narran las lógicas de ver y entender el universo simbólico del Pacífico y que ilustran acerca de los sentimientos de pertenencia e identidad de quienes pueblan sus calles, sus ríos, sus montes, sus poblados y sus puertos en ese inmaculado territorio de leyendas y reescrituras, cantos, bailes y músicas.

Reescrituras que son las mismas hojas de la memoria de las que se sabe y se conoce que “en  muchas ocasiones enmascararon sus religiones africanas en el formato del culto católico preservando elementos de sus teogonías y que construyeron procesos de identificación al interior de los “cabildos” y “cofradías” permitidos por las autoridades coloniales, desde donde gestaron cuando pudieron rebeliones abiertas. Además, se las ingeniaron para llevar los cuentos, la música y los rituales más allá de lo lúdico y usarlos como sustento de un ideario abiertamente libertario”[3].

Esto es así de complejo y significativo en este resonar del Festival que termina por hacernos desbrozar que su residencia en este mundo se compagina con una “tierra desconocida”, con un “litoral recóndito”[4]–del que tanto pronunciaba y señalaba el eterno Manuel Zapata Olivella-.

Es desde allí de donde emergen sus notas musicales que circundan en la infinidad de las chagras sembradas con el pan-coger del plátano, la yuca, el maíz, el maní, la batata, el ñame, el chontaduro, las palmas de coco, los frutales y las hortalizas que están tejidas en las costas[5] y que hacen parte de cerca de  los 339.100 km2  que nos hablan y cuentan cada uno de los participantes, en los relatos musicalizados de sus historias en el Festival Petronio.

Son los espacios definitivos que están tatuados  en la experiencia vital de sus existencias desde el vestigio de sus venas, arterias, corazones, almas, sentimientos, cuerpos, cadencias y cuerdas vocales. Moradas que además  de ser sus nortes y sus sures, también están en la biofísica de cada uno de sus  riachuelos,  manglares, selvas, maniguas, ensenadas, bahías y esteros que conforman los territorios que son parte de los departamentos  del Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, en ese andén de la gran cuenca selvática del Chocó-biogeográfico.

“El Pacífico/ Sin errar la dirección/ Oirás en viaje valioso/ historias que me contó/el mar señor poderoso. / Que mil trescientos kilómetros/ Tiene esta costa mía/ De Ecuador a Panamá/ Nos dice la geografía/Y se gasta más de un día/ En franca navegación/ Y una buena embarcación/  Se necesita por cierto/ Navegando a cielo abierto/ Sin errar la dirección./ Allí se encuentra de todo/ Tanto en tierra como en mar/ Gente de piel morena/ Peces grandes y manglar/ Mil cuentos para contar/ Todos ellos fabulosos/ Y sobre la vida diaria/ De otra gente legendaria/ Oirás en viaje valioso/ Y yo salí de Tumaco/ con rumbo norte fijado/Satinga, Guapi y El Charco/ pronto los hube tocado/ por Timbiquí he pasado/ por Buenaventura y Baudó/ Bahía Solano y Juradó/ hasta Punta Ardita llegué/ y allí sentado escuché/historias que me contó./ Narraciones sin iguales/ de tiempos antepasados/ cosas buenas y también males/ por las costas han pasado/ son pocos los que han quedado/ ya el recuerdo es borroso/ siempre ha estado silencioso/ y a través de cada siglo/ de esto ha sido testigo/ el mar señor poderoso”/[6].

Esos son sus habitads naturales. Los ecosistemas de sus mundos imaginarios y sus representaciones sociales en medio de la inmensidad del mar Pacífico, pues es desde donde nos conversan y dialogan, cantando y bailando con sus gritos y cantos llenos de las prosodias que llevan los acentos, los pulsos y los compases de unas matrices rítmicas indelebles que por su oralidad, corporalidad y el lenguaje estético de las africanidades tienen en sus humanidades, todas las sumatorias de las memorias del tiempo de la conquista, la colonia, la esclavitud, la independencia y la modernidad con las resistencias de los procesos sociales que han implicado el desbordarse como sujetos humanos y como pueblos, en las infatigables  e inolvidables luchas por sus libertades en sus palenques[7] y en los libres albedríos de saber asumir el cimarronaje desde la dignidad en los espacios históricos de su condición humana.

Son pues muchos los años de ignominia y crueldad en los que –sólo a fínales del siglo XX, aparece una Constitución Política como la del 91 y la Ley 70 de 1993-, las que son las hojas de ruta hacia la civilidad democrática e incluyente de la nación colombiana; las mismas expresiones fundamentales que abren realmente junto con el Festival de Música de Pacífico, las condiciones de posibilidad para que puedan adquirir realmente los Afrodescendientes sus ciudadanías en el Nuevo Mundo. Diríamos conquistar felizmente “la ciudadanía, lo que implica formar parte de una comunidad política con igualdad de derechos y con sentido de identidad y pertenencia”[8].

Ese es el espacio maravilloso de la Carta Magna, la que “fundamentó el establecimiento de una relación cualitativamente diferente entre el Estado y la población afrocolombiana al reconocer y asegurar la protección de la diversidad étnica y cultural (Artículo 7), obligar al Estado a proteger las riquezas culturales y naturales (Artículo 8) y determinar que “todas las personas nacen libres e iguales ante la ley y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica” (Artículo 13). Pero, además, reconoció derechos colectivos en territorios de ocupación ancestral (Artículo Transitorio 55)75 al determinar que “las tierras comunales de grupos étnicos son inalienables, imprescriptibles e inembargables” (Artículo 63), afirmó el derecho de los grupos étnicos a una formación que respete y desarrolle su identidad cultural (Artículo 67), y anunció la promulgación de una ley para establecer una circunscripción especial que asegurase la participación en la Cámara de Representantes de los grupos étnicos (Artículo 176)”[9].

Por eso el Festival es un tributo a los “mayores”, a “los ancestros” y a los procesos liberadores que sirven para perpetuar su Memoria que igualmente “está enraizada en lo más profundo de la historia de los Afrodescendientes en Colombia” y el Petronio, es un espacio sempiterno de la identidad y la diversidad cultural colombiana.

Es un Festival que nos facilita indiscutiblemente cómo se lo puede vivir y sentir, en lo que llamaríamos el proceso desencadenante  de resignificar una ciudadanía Afrodescendiente desde el Pacífico, como la apertura refundadora de un “ethos” cultural que busca asumir la ciudadanía plena con paridad de derechos y con un acumulado de percepciones, en las que están condensadas las páginas de una dolorosa historia en la que juega un papel muy importante y significativo, los márgenes y las huellas de la memoria de “una esclavitud que menoscabó profundamente su dimensión humana y redujo a la categoría de semovientes a seres arrancados violentamente de sus naciones, sus entornos y sus familias”[10].
                                    
Páginas y memorias que se redimensionan y se vuelven a renombrar con el aliento de la dignidad soneada por el canto de sus músicas y que saben que “durante el llamado tráfico negrero se los catalogó como “piezas” que se marcaban una vez llegaban a los puertos coloniales en “cargazones” cuando eran muchos, o en “lotes” cuando eran pocos”[11].

Esa es una página de la humanidad que para “los Afrodescendientes que iniciaron su historia en la tradición colombiana, -y que la iniciaron con la negación-. Negación de su humanidad plena, de su dignidad, de su libertad, de sus oportunidades y de sus derechos mínimos”[12], es una página que tiene otros significados desde el Festival con la palabra cantada, con el resonar de las baterías de tambores y cueros, en medio de una égloga emancipadora que retoma la letra A de la madre tierra: ¡África! para volver a nacer y renacer en cada efluvio de las ritmáticas del piano de la selva, la marimba. O de cualesquiera de sus expresiones significativas, en los diferentes espacios de su musicalidad.
                                   
Es “la historia de los Afrodescendientes” la que se rememora en todos los momentos del Festival Petronio, porque son las historias de los africanos que dejaron silueteada en cada metamorfosis de cada una de las familias del África en el Pacífico que son y hacen parte de esa “historia de todas y todos los Afrodescendientes” que saben perfectamente que “en todos los lugares donde se llevaron esclavos africanos, ésta historia estuvo marcada por el recorte de su humanidad, su cosificación y su transmutación en herramientas productivas y mercancías realizables en el mercado”[13].

Historias que se reviven en el Festival Petronio, pero que ellos como herederos… ayer, hoy y mañana son los que las “traducen… con un quehacer musical diverso, ecléctico y dinámico en el que la tradición oral, transmitida de generación en generación, cumple un rol fundamental dentro de los contextos sacros y profanos…”[14] puesto que son los espacios simbólicos y metafóricos, los que revaloran “los espacios informales tradicionales de transmisión de conocimiento”, donde se juegan nuevamente unas pedagogías y unas escrituras musicales muy profundas que a partir de la “oralidad, es decir ese mecanismo por el cual se comunican las personas a viva voz,    -que es un común denominador en estas tierras pacíficas, como otrora en el África se hacía con los interminables griots[15]-, que son muy significativos /en la construcción y apropiación de los saberes tradicionales musicales para construir hechos sonoros con los que satisfacen las necesidades inmediatas en una comunidad”[16] como fielmente  ha sido su historia.




Con la celebración  del Festival, diríamos que desde las oralidades y corporalidades de unas comunidades que se reinventan en cada acto sonoro y danzario, estas expresiones artísticas y folklóricas sirven  para reencontrarse con la tierra transmigrada africana  y siempre a través del hermoso y armónico sentido de las polifonías y los polirritmos, que vuelven y lo hacen visible y vivo, las marimbas, los cununos, los bombos y los guasás cuando étnicamente podemos revivir sus lenguajes, ritmos, cantos y cadencias, aquello que se vive y siente con la fuerza de las etnicidades y que se dan efectivamente en esa puesta en las múltiples escenas del evento final de cada año para cada una de las modalidades.
                                                                                                            
Ese proceso es una estampa celestial de cada uno de los actores del Festival Petronio, porque es como ir redescubriendo la médula de esa africanidad Pacífica que sabe resumir Saturnino Nino Caicedo Córdoba en el texto “El Festival de la marimba y la Música del Pacífico” cuando afirma que: “Lo que se conoce hoy como música del Pacífico es la música africana, adaptada a América por los primeros africanos en este continente, quienes a partir de recuerdos construyeron un África en América Latina…en una palabra, donde…trasladaron toda su cultura: rituales, música, danza, gastronomía, vestuario y lenguaje, es decir, toda su manifestación inmaterial para enriquecer este continente” [17] .

Son sus experiencias vividas en cada rincón de aquellas tierras embrujadas por el rumor de las músicas, las que traen los ecos de la vida y que suspiran en Cali cada agosto [18] desde hace 18 años.

Es posible que el día que el historiador y antropólogo Germán Patiño se imaginó este encuentro simbólico,      -“de un gran currulao”, lo soñó como una oportunidad donde las gramáticas de las ritualidades afropacíficas pudieran dialogar, se encontraran y se reconstituyeran culturalmente como ese “conjunto de saberes-haceres, reglas, normas, interdicciones, estrategias, creencias, ideas, valores y mitos que se han transmitido de generación en generación y que se reproducen en cada individuo, puesto que controlan la existencia de la sociedad y mantienen la complejidad psicológica y social” de los pueblos en sus expresiones artísticas – que es aquello  que tanto nos lo ha hablado Edgar Morín[19], en esa visión diferencial de la dimensión cultural que perfectamente habla la complejidad como metodología del conocimiento para el mundo de la educación.

Ritualidades que vuelven a retomar el curso de la vida en esta ciudad con la aparición e invención del Festival de Música del Pacífico, en escenarios tan diversos como lo fueron los tiempos entusiastas e incomparables en el original complejo arquitectónico, cultural y paisajístico del Teatro al Aire Libre Los Cristales  del barrio Nacional, allá en la carrera 14 oeste con la calle sexta No. 6-00, cuando las colonias pacíficas  enarbolaban sus banderas municipales, sus subregiones culturales, sus imbricaciones musicales, sus ideas identitarias, durante las fiestas de las cuatro noches y los cuatro días interminables, con lo que sería el pasar de un lado a otro, como la gran romería de los valores pacíficos que enuncian la formación de otra gran realidad simbólica en el tejido cultural y arquitectónico de la ciudad de Cali: la música del Petronio por parques públicos, barrios, calles y carreras.

Hecho valioso que hablaba del río de gentes y sus muchachadas desplazándose por las calles aledañas, o en las cercanías al Parque Artesanal de la Loma de la Cruz, que al reagruparse las comunidades con motivo del Festival, mostraban que eran provenientes de las más diversas veredas y corregimientos de las costas del litoral y que creaban un juego de intercambios y de matrices que simbolizaban los valores, la historicidad, sus herencias, su visibilidad étnica, sus cartografías habladas y contadas en formas de cantos, ritmos, gestos y conversaciones, encontrándose con sus orígenes comunes, con su inclusión y reconocimiento en la urbe, con todas sus huellas y marcas, sus imágenes, con su incorporación  como con la redefinición de las identidades y afloración de su habitancia y de sus ciudadanías musicales, corporales, como formas eficaces de un diálogo intercultural y generacional muy profundo que permitía para difundir y ampliar la formación de nuevos públicos ciudadanos culturales con y a través del “Festival Petronio”, de/y con una nueva polifonía cultural en movimiento.



Eran las noches de carnaval del festival, donde la romería cantada y bailada contagiaba con el rumor  de sus arrullos y cantos a los vientos alisios con el que coqueteaban y refrescaban las nubes esta tierra cálida de Cali, hasta convertirla en una gran fiesta carnestolenda de  marimbas, guasás y cununos que transitaban cada noche apenas acababan las rondas eliminatorias del Petronio.

El Festival prácticamente se desparramaba con sus comunidades y “colonias” por los territorios urbanos para rescatar y mantener sus herencias sobrevivientes de lo africano y lo pacífico, en una reestructuración social, política, económica y territorial, que iba creando circuitos simbólicos muy musicales en gran parte del tejido urbano de la municipalidad por entre los barrios de muchas comunas.

Prácticamente el Festival Petronio, de forma irreversible creaba una territorialidad contemporánea en la urbanística de la cotidianidad cultural de Cali con el traspaso de las tradiciones y los valores pacíficos que la oralidad iba creando desde importantes referencias territoriales de las comunidades, con sus ventas de cocos, frutas, dulces, restaurantes, comederos, juegos de dominó, parches de peluquerías, mojigangas como si fueran enormes soportes de sus supervivencias y resistencias culturales dentro de un mapa de imaginarios afros que iban declarando y reafirmando sus libertades soñadas y alcanzadas.

El Festival Petronio era, es y será una mejor forma de entender y comprender las religiosidades, la gastronomía, los hábitus culturales, la movilidad social, las coreografías callejeras, las rondas percutivas de los cununos, los bombos, “los guasás” y los arrullos alegres en una procesión interminable que cantada y bailada va hasta los amaneceres más sonoros e inigualables que hemos podido vivir y sentir.

Igual como dice y sugiere contundentemente el antropólogo Rafael Pereachalá Alumá: “sólo un pueblo que tiene a la música como el más preciado elemento de su etnicidad es capaz de hacer una fiesta con tan soberbio derroche de alegría”[20], que en el “sampacho” y sus multiplicadas fiestas, es más que evidente porque ahora pueden estar en todo el territorio chocoano y transmigrar por los territorios afro de está Colombia de entonces.


También lo era y lo fue en la resimbolizada Plaza de Toros del río Cañaveralejo cuando lo describe este bello aparte literario:
“Un remolino de sonidos confundía en sus giros rítmicos los clarinetes, bombardinos, violines, marimbas, cununos y guasás. Todos son instrumentos pertenecientes a la tradición artística y cultural de los afropacíficos, en el Sur-occidente colombiano. Para seguir el camino del Petronio es necesario abordar esta ruta festiva, que comienza su travesía aquí. En la calle, el río humano desemboca en un mar alborozado: la Plaza de Toros. La fila progresa, interminable. Quienes lograron llegar temprano ya gozan en la marea pacífica del Petronio. Otros se confunden en el torrente que fluye entre las tascas, afuera. Tratan de disfrutar la fiesta a través de la repetición, mostrada en las pantallas gigantes, del evento que bulle sobre el escenario. La marimba inicia con su sonar de agua que golpea en la rivera de los ríos. Caderas y pies le siguen el compás… el público canta. Ahora, la agitación de los pañuelos blancos simboliza la entrada al júbilo interminable. Las coreografías van tomando forma: japoneses, africanos, norteamericanos, franceses y colombianos tratan de seguir las indicaciones imprevistas que hacen los más aventajados en el ritmo. Entre tanto, los movimientos difíciles o imposibles arrancan carcajadas a los inexpertos. Los cuerpos en éxtasis total centellean energía y vigor. Vueltas, caminatas, saltos, brazos arriba y abajo continúan al compás de los violines. Ésta será la ruta del Festival durante las cuatro noches siguientes”[21].






O la desbordante experiencia de cambiar para mejorar las cadenas productivas del complejo cultural en el novísimo y reconstruido Estadio Olímpico Pascual Guerrero y en las afueras del Parque Panamericano en el 2011, -donde se visualizaba un gran clúster de comidas, artesanías y músicas, en desarrollo del complejo cultural del Pacífico-, donde pensábamos se habría celebrado el currulao más grande del mundo, cuando un año después en el 2012 surgió la posibilidad de un campo abierto –dentro de unas antiguas canchas de futbol, en el último tapete verde del olvidado Hipódromo- que fue el espacio que terminó por albergar la gran fiesta del Festival con algo más de ciento veinte mil almas que incrédulamente se reunían en cada noche para gozarse sin ninguna abstracción el Petronio como la celebración Homenaje a las Cantadoras del Pacífico. Ellas las Madres Sonoras del Pacífico. Las cantaoras o cantadoras, que son la expresión más viva de la permanente creación de la Memoria Ancestral y Tradicional de los Cantos del Pacífico. Ellas son las portadoras de las tradiciones de las fiestas y las festividades. Poseen maravillosas voces que pueden crear los más hermosos crisoles cromáticos de la musicalidad autóctona del Pacífico. Su ser es depositario de los saberes tradicionales de la medicina ancestral, de la gastronomía y de los usos y costumbres de sus pueblos. Tienen la capacidad de su Memoria,  que está en el pulso enorme de sus creatividades porque su gracia, humildad, picardía y sabor marcan  las claves rítmicas con los guasás para seguir favoreciendo la diversidad de las polirritmias arrebatadas que saben perfectamente unirse a sus cantos polifónicos. Ellas son el saber milenario del metrónomo natural que vino del África. Ellas son el saber de los ararás, de los lucumís, bantús, ewes, oyó y de la sumatoria de todas las etnias: que crearon la gran asentación de los yorubas. Son sus voces la extensión maravillosa de sus alegrías, de sus nostalgias, de las historias sociales, de las nuevas resignificaciones, sentidos e innovadoras  exploraciones hacia donde nacen los futuros paradigmas de las músicas y donde ellas son protagonistas en la historia contemporánea de una forma arrolladora de asumir la vida con alegría y optimismo.




Las cantadoras son esos seres que mantienen vivos los cantos tradicionales que a continuación describimos:
“Las músicas de marimba y los cantos tradicionales del Pacífico Sur de Colombia que forman parte del patrimonio cultural de los grupos afrocolombianos de los departamentos del Valle del Cauca, Chocó, Cauca y Nariño.
Este arte musical combina las canciones de mujeres (”cantadoras”) y hombres (”churreadores”) con el sonido de instrumentos acústicos fabricados artesanalmente con materiales locales: madera de palma  de chonta para las marimbas; madera y cuero para los tambores/cununos de sonido grave tocados con las manos; y el bambú y las semillas de chuiras para las maracas. Las interpretaciones musicales tienen lugar con motivo de la celebración de cuatro ritos: el arrullo, el currulao, el chigualo y el alabao”.


                           


Son tan variadas las formas de conocimiento de las diferentes ritualidades del Petronio, que muchas veces estas transmutaciones del simbólico capital cultural del Petronio, son el permanente abrebocas para que exista un Comité Conceptual que se ha reunido para encontrarle sentidos, nortes y explicaciones a esta plataforma simbólica por el cual se reconoce en el mundo a las gentes hermosas del Pacífico colombiano, como aquellas que hacen revivir el África con las músicas tradicionales que posibilitan sus cantos, para que sea  en Cali donde se den efectivamente los circuitos de  los procesos representativos encaminados a los autodescubrimientos de la equidad, la inclusión, el autoestima, el sentido de pertenencia e identidad donde con acciones concretas las diversidades y las diferencias generan y traslucen matices, gustos, preferencias de una importancia tan fuerte como las oportunidades para el diálogo intercultural entre los pueblos étnicos y ancestrales que se asientan en el Pacífico desde que llegaron del África.


O a la vez, el Festival Petronio pueda ser un espacio social y simbólico para el desarrollo de una interacción de ritos y creencias, hablas y tambores, bailes y rezos, abaniqueos y flexiones, flirteos y chasquidos de pañuelos de colores, con sus zapateados y risas que parecieran como ceremonias sacramentales impregnadas de unas fuerzas ancestrales y de unos contenidos mágicos que conversan y hablan desde la Memoria de una polifonía palenquera, cimarrona y raizal. Una pincelada enorme de esa plástica que pinta los efluvios del alma pacífica y africana. Son los colores del manglar vivo, lleno de las humanidades que  hablan un lenguaje universal y diferente.


Son la misma Memoria que ha aprendido el sentido del ritmo, la tradición oral, la huella de las africanías, en una inconfundible y acrisolada diversidad que hace un mestizaje étnico e intercultural donde somos gemelos por el lenguaje y separados por las lenguas de las organizaciones sociales y de las culturas de nuestros diferentes pueblos en el litoral recóndito.

Son la Memoria que es esa matriz de la sociedad humana, “arcaica o moderna que permite decir que no hay “una” que no tenga cultura, porque cada una es singular, “siempre hay la cultura en las culturas”[22], puesto que “la cultura no existe sino a través de las culturas”[23], -desde  la misma diversidad y la pluridad de individuos-, puesto que “migran de una cultura a otra hasta poder universalizarse” tal como lo explicó y afirmó Morín; porque estás expresiones culturales existen y son para poder asimilarse y enriquecerse en el tejido de las comunidades dentro de los territorios en las playas, en los guandales, cerca de las casas palafíticas, en los esteros, y en los potrillos navegando manglar adentro. Eso es lo que  sucede con y a través de las “Festividades y Celebraciones” del Festival Petronio, en el Pacífico, en Cali y a sus alrededores y en el mundo cuando logran sintonizarlo todas las gentes de sus colonias y los visitantes cada año que se celebra esa cita con vida, con la música y con la pasión del alma Pacífica.


Por eso, es muy pertinente en el Festival, propiciar unos procesos que puedan concebirlo como un diálogo cultural permanente para que no se “minimicé y oculte la unidad humana que se ve en la diversidad de sus culturas” y evitar que la consideren secundaria a la Memoria ancestral, tradicional y musical. El arte es primordial en las sociedades humanas, sus memorias igualmente. Es una cuestión fundamental que advierte el maestro de la antropología moderna Claude Levi-Straus. En muchos procesos del Petronio el arte es fundamental y consustancial con la creatividad humana  de los pueblos Pacíficos.

El proceso del Petronio hay que concebirlo como una unidad que asegura y favorece la diversidad. Una diversidad que se inscribe en una unidad y eso es crucial porque la cultura mantiene la identidad humana en lo que tiene de específico; mantiene las identidades sociales [como las del Pacífico aunque estuvieron aparentemente encerradas en sí mismas para salvaguardar su identidad que es algo bien singular en el transcurso del siglo XX; pero, son una cultura de culturas que igualmente son abiertas, pues se integran entre ellas con sus saberes y técnicas, ideas, costumbres, alimentos/gastronomías e individuos provenientes de otras partes, con las asimilaciones de otras latitudes que vienen con otros contenidos enriquecedores para poder seguir siendo múltiples y terrenales como en un holograma que es Africano, Indígena, Español y Oriental]. Ese es el genoma humano del Petronio, propiciado por sus procesos interdependientes y mancomunados.

Ese es el sentido profundo del Festival, es delirante y racional. Es empírico e imaginador. Es poético y palabrero. Es lúdico y trabajador. Tiene las virtudes de la Fiesta, que se manifiesta como el rito, como el afecto y la magia hasta alcanzar a ser una fiesta ritualmente supersticiosa, sobrenatural, mística y mítica.
Habla desde el fervor popular y de ahí la alta valoración que hay que darle al Petronio, que es siempre en muchos de sus procesos internos, son siempre una nueva oportunidad para resignificar las culturas diversas del litoral recóndito en un eterno  diálogo intercultural de permanente negociación social e intergeneracional, donde las comunidades pueden conversar y hablar, como  pensar por sí mismas. Autodescubrirse y autonombrarse, redefinirse.

“El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez es un Currulao grande. El Petronio, es un Currulao gigante e inmenso. Es una fiesta que se hace para celebrar la vida y la libertad de los Afrodescendientes, pues es realmente un encuentro de los pueblos que se reúnen para cantar, bailar y gozar al ritmo de las músicas de marimba y de los cantos tradicionales” decía de forma vehemente y con mucha holgura, defendiendo una y otra vez, con una visión antropológica, práctica, creativa y crítica hacia una comprensión total, su creador el maestro Germán Patiño Ossa; él mismo que le dio forma y vida desde el inicio del concurso con la estructuración organológica-métrica-melódica y musical que le dio a las categorías de “Conjunto de Marimba, Chirimía, Agrupación Libre y Violines Caucanos”; las que están estructuradas no sólo como agrupaciones en modalidades diferentes sino como “mediaciones simbólicas que propician el diálogo y el encuentro” a todo ese infinito murmullo de voces que alientan el alma de los ciudadanos del mundo a ser felices más allá de las ataduras del mundo del afán y la literatura Klinex de la postmodernidad mediática, que se está borrando permanentemente, en los Black Berrys, Tablets y WhatsApp.



 

El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez es tan entrañable como el mismo mar Pacífico que ahonda con su musicalidad en la condición humana. El Festival profundiza en el despertar colectivo una gran sensibilidad que apasiona y se autodescubre por la fuerza de los ritmos que hacen mover a propios y extraños en una gran fiesta del cuerpo y del alma. Es la cadencia étnica que habla por sí misma de su eterna libertad de vivir y sentir el alma africana. Igual como “tener un sueño” como lo sostenía Martín Luther King. Es tener un territorio con verdaderas condiciones de posibilidad para los habitantes del litoral y lograr mejorar su calidad de vida.

Es una fiesta que embriaga totalmente por la fascinante calidez de sus expresiones artísticas y culturales. Es una fiesta que nos hace trabajar colectivamente con el mismo amor que le tenemos a la grandeza de estas culturas.

El festival es una fiesta donde se encuentran y se respetan todas las etnias que en quinientos años no habían podido vivir este proceso multicolor que está abierto al mundo desde la visión incluyente de un diálogo interétnico e intercultural, como una reunión con la ancestralidad y la tradición y la misma modernidad desde el referente de las musicalidades, la creatividad y la innovación. Todas las literaturas de las oralidades incorporadas en el espacio tangible de los cantos que conforman el cancionero tradicional y popular del Festival Petronio.

El festival es un desafío en permanente reconstrucción, como lo argumentaba Alejandro Ulloa Sanmiguel:
“De cualquier manera los procesos sociales y las dinámicas culturales corren independientemente de nuestros deseos; pero los debates en torno a aquéllos y a éstas, son convenientes para saber dónde estamos. Si las interacciones se han de dar, como resultado del proceso, no podemos detenerlas, pero sí se puede mirar el pasado y evaluar el presente. La historia de la música popular de América Latina (incluida la del Pacífico) y el Caribe, es desde hace ya varios siglos, una historia de fusiones e interacciones entre ritmos africanos y géneros europeos, un encuentro desigual propiciado por la modernidad durante todo el siglo XIX y comienzos del siglo XX. Conociendo bien la tradición y la historia hay que involucrarse en una dinámica de búsquedas y rupturas, cultivando a la vez el folclor típico, divulgándolo y enseñándolo, mientras se desarrolla también la tendencia progresiva, experimental e innovadora que convergerá en un producto nuevo de excelente calidad. Y con él, penetrar en la industria con profesionalismo, entrar en el mercado pisando duro, tomarse la radio y la televisión, proyectarse internacionalmente, conquistar el espacio mediático y ganar el lugar que la región, la cultura y la música del Pacífico se merecen en el concierto internacional del mundo globalizado”[24].

Ese es el desafío que tiene la organización del Festival, pues el Comité Conceptual debe tener una mente abierta que asuma con certeza y pertinencia el gran potencial cultural del Festival como el encuentro de las identidades, de los esfuerzos, de las mentes creativas y de los corazones eslabonados y enamorados de las músicas de Marimba y de los Cantos Tradicionales del Pacífico. La verdadera representación colectiva del territorio. Que pueda resumir y captar la magia de los pueblos en lo que significa su religiosidad, la vitalidad de la magia de sus seres y sus gentes.

Se requiere comprender como la música y la danza en el Pacífico y desde el África siempre ha abierto espacios de búsqueda a la expresión humana. Comprender cómo propicia espacios de interacción y promoción entre el sujeto, las comunidades y el medio ambiente que les rodea.

Comprender cómo la danza y la música hacen que el ser humano tenga un encuentro consigo mismo y con los demás; son elementos fundamentales en cualquier proceso educativo y de comunicación y esas son otras de las grandes bondades del Festival, porque es un Festival que crea relaciones y permite muchas posibilidades de expresión, cada coro, cada estribillo permea la piel, explora en la sensibilidad, forja unas sensibilidades, se válida con mensajes, con dichos, es dinámico, produce entusiasmo, es sinónimo de alegría, se mueve con las manos, con el gesto corporal, potencia en el baile, el sentido de la danza y la música.

La danza del Pacífico es una fuente de ideas para la música, en tanto sus símbolos poseen figuras y significados que los músicos interpretan como motivos para crear improvisaciones; le otorgan representaciones corporales a los gestos, a las ideas, a los significados, a la imaginación y los sueños que autodescubren como fueron las máscaras africanas, cuando crearon una estética muy profunda de la que se deslinda en una plástica renovadora para Picasso y donde se funde el Arte milenario de la Danza y la Música, donde está “la pasión inescrutable de los artistas y sus sentimientos” como lo descubría Paul Auster.

Es: “La manifestación del placer, el ingenio y el encuentro de los espíritus” que refería Nancy Princenthal cuando algo nuevo está en la mirada del Arte de las Danzas y las Músicas del Pacífico y lo podemos vivir y redescubrir con el ritual de las comunidades al revivir la fiesta para que se fundan la ritualidad con la espiritualidad, al alcanzar a transformar  míticamente sus realidades simbólicas.

Fundando muchos escenarios posibles en los que existen una producción de informaciones que se circunscriben en lo que llamaríamos la creación de un modelo propiciante de comunicación-participación que facilita  que exista una polifonía de voces de los actores sociales del Festival Petronio, para que puedan  realizar un “contrato de hablas, donde está la comprensión de los textos culturales de las Fiestas” [que dice Habermas]. Esas expresiones festivas locales, subregionales, regionales  y de nación, donde convergen las Fiestas como escenarios lúdicos, como palabra, como Patrimonios Culturales que siempre pasan por una elaboración de consensos,  que circunscriben a Las Fiestas en una verdadera y excepcional expresión de nuestras culturas y donde por supuesto se corrobora cómo “todas las culturas son un sistema de diferencias” tal como lo señaló efectivamente el antropólogo Claude Lévi Strauss.

El Festival es un ritual y una representación sacra, una alegoría fundamental de la creación humana, por eso, es lo más representativo del pasado, lo vital del presente y lo que se proyecta de las comunidades en el Pacífico hacia el futuro de la Humanidad.

Las culturas vitales de los pueblos del Pacífico logran crear una atmósfera contagiosa que es muy alegre y festiva. Es una atmósfera redimensionadora que nos envuelve y alimenta a todos los que asistimos a esta fiesta.

En cada oportunidad, en cada noche, pueden estar  miles de seres humanos, que bailan y cantan con toda su alma unos coros eternos e inolvidables.


Ahora con los adelantos de las Tics, cada vez nos permitimos crear nuevas ventanas de redes sociales que hacen llegar y mostrar hasta el lugar más recóndito de la tierra: La gran Fiesta Afrodescendiente y Mestiza del Petronio,    -la que consideramos para nuestros adentros-, como “El Currulao más grande del mundo”, ese territorio soñado, libre, encantado, embrujado y definitivo, donde jamás podremos olvidar el revivir del “gran Palenque” que creó el Instituto Popular de Cultura con más de 200 parejas bailadoras haciendo respirar nuestro aliento al ritmo de los currulaos más recordados del mundo, para nuestra sensibilidad musical y tradicional.



En el Festival Petronio está el complejo gastronómico, artesanal y manual del sabor, con las delicias afrodisíacas que endulzan el paladar de los seres amantes y amadores de los frutos del Mar de “Yenmajá que está en el inmenso Pacífico”; ese lugar de las comidas típicas que es el proceso que ha permitido conocer su gran  legado gastronómico, sus productos tradicionales y las nuevas tendencias de su cocina típica e internacional, que ya genera una enorme y más que merecida redención económica en sus hacedores y hacedoras y a la vez, preserva el arte culinario del Pacífico, gracias a “su extremada sabiduría que todavía preparan las viejas cocineras...las que impartieron la bendición y derramaron el agua, pues en algo o mucho aportaron en componentes y condimentos, en sazón y sabiduría culinaria, con todo lo cual se ha obtenido esa peculiar fragancia y el característico sabor, del que todavía son insuperables” como  decía inconfundiblemente Eugenio Barney Cabrera.

Recordaba Ninfa Aurora Rodríguez Mosquera conversando con Juan Carlos Moyano Ortiz, que “ella apreciaba la sabiduría botánica y la cestería de los noanamaes y los días calientes junto al fogón de negras de la familia de su madre, donde las mujeres cantaban y bromeaban con chismes y con historias sazonadas al calor de la palabra, factor sustancial de la tradición profunda de los pueblos”.


Recordemos perfectamente que desde allí ya están cimentados los clústeres de la renovada industria creativa y cultural, que por ser enteramente gastronómica, artesanal y turística se presenta y se vuelve como la más pujante oportunidad y posibilidad de la inmensa región Pacífica con sus tradiciones, con sus empíricas y sabrosas recetas más  saludables y exquisitas, que el mismo chontaduro y el borojó o la leche de coco.

Ellas  tienen  una amplia riqueza culinaria portadora de herencias y secretos que con sus semejanzas y diferencias con el Caribe,  como Saberes-Haceres-Sabores del Pacífico desde ese enorme e inagotable espiral que viene de la matriz creadora de la madre África, cada vez más aparece en el horizonte, se agiganta y se reclama con la más honda libertad para recrear las verdaderas esencias entrañables del arte de la comida que son muy visibles, en una atmósfera imborrable que nos marca y seduce en miles de fragmentos en nuestros paladares como: Guiso de Jaiba, Sudado de Pateburro, Encocado de Almejas en Camarón,  Tamal de Piangua, Sancocho Encocado de Pargo Rojo, Arroz Clavado de Queso, Sudado de Camarón, Sancocho de Ñato, Seviche de Camarones con Chontaduro, Tapao de Pescado, Sudado de Pescado Ahumado, Encocado de Cangrejo, Arroz Atollado con Refrito Pacífico, Calamares al Ajillo, Langostino Encocada al Ajillo, Arroz Endiablado, platos que poseen la mágica sazón de las preparaciones de los frutos del mar.

Son cuerpos afrodisíacos que con sus memorias, por sobre todo en la Memoria musical que habla de ellas y ellos profundamente, por las imborrables sazones que son tan brillantes y fundacionales como las polirritmias y maravillosas polifonías de sus cantos mientras cocinan, que vuelven a ser cantadoras naturales mientras sazonan y preparan esas deliciosas recetas que hoy la gastronomía mundial reconoce con positiva razón y degustación, “como una de las más representativas de las cocinas de la humanidad, por sus diferencias y descubrimientos y originalidades”[25], donde se pueden descubrir esos hábitos culinarios, donde están tejidas e impregnadas las huellas de las prácticas cotidianas de las matronas en el Pacífico, que son como sus elementos fundamentales, esa parte consustancial de sus representaciones simbólicas, donde se establecen las relaciones sociales que son los sistemas diferenciales de comunicación, que emergen de la cocina, como “un sistema de comunicación mutua que identifica a quienes comparten prácticas culinarias similares”[26], en esos territorios del mar del sur, donde la cocina es el hilo conductor de unos lenguajes que tienen un correlato, cómo preparar comidas que nos alimenten y que tengan mucho sabor,  qué nos den una cierta idea de cómo enlazar los conocimientos de la cocina, con esos principios identitarios de lo qué son las recetas, el cómo se hace algo, cómo se logró ese deslumbrante sabor, porqué es espléndido descubrir el origen y evolución de esa cocina Pacífica, cómo se escogen los ingredientes, cómo se mezclan y cómo esos productos protagonizan una cierta ancestralidad en muchos pueblos, con el uso de las especies, el tratamiento de los frutos del mar, para la creación de  esos platos en los que se encuentran los llamados que sustentan nuestra nacionalidad colombiana y sobre todo: nuestra afrocolombianidad en la cultura culinaria de las formas diversa de cocinar.

Son tiempos del arte milenario del cocinar “lo crudo y lo cocido” que se da paralelo a los momentos del certamen musical, también porque mientras esto sucede, en el ya instituido Complejo Cultural Petronio, lo que se vive realmente, es una atmósfera inolvidable que en cada canto, en cada poética de los temas que se cantan y se bailan, nos muestran a propios y visitantes como está viva y presente una de las más ricas  maneras de expresión artística como las más  propias de los pueblos Afros que han creado estas culturas musicales tradicionales que se reúnen en torno del Petronio.

Son los Coros Celestiales que reventaron nuestras almas y nuestros tejidos, himnos del alma, y de la vida, que surgen de esas entrañas donde aprendemos de memoria que seguimos creciendo con la esperanza en un mundo mejor, que tenga acciones afirmativas de humanidad y humildad, de grandeza espiritual y reconocimiento del Otro, para que pasemos por fin a vivir Cien Años de Alegría en el país de la canela y los albaricoques, porque son como los pretextos para seguir viviendo y poder contar la vida que nos toca en cada estrofa, en cada tonada de un bordón que acompañe y refresque la Memoria: “Somos pacíficos, estamos unidos”, ese canto de Choquitow, que se ha vuelto  un arrullo desbordante que se repite y nos deja unir en medio de todas las soledades con un espíritu muy grande y acogedor que desea renacer más allá de la tragedia de la guerra: siempre pensando  vivir con la gran posibilidad de la vida en libertad gracias a la música.

Es y ha sido a través de estos diecisiete años del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez que se ha consolidado como un complejo proceso cultural que busca desarrollar, conservar y divulgar las músicas tradicionales de la región, en el que se instauran unas novedosas e innovadoras relaciones y unas prácticas sociales que desde la dimensión simbólica y representativa de las culturas en la Cultura, son el eje cohesionador del tejido social regional puesto que lo redimensiona pues crea autoestima,  sentido de pertenencia, reivindica los valores sociales y que son como parte consustancial de los enormes aportes de la etnia Afrocolombiana en la reconformación cultural de la identidad nacional colombiana.

El Petronio Álvarez, es un proceso de desarrollo cultural que tiene su mayor expresión durante los cinco días de la competencia de las músicas tradicionales. En él participan cientos de artistas que provienen de todo el país y en especial como afirma con mucho conocimiento la filósofa Noelba Gómez, una de las organizadoras artísticas, de la Fiesta eterna del Petronio: “El Petronio es más que un Festival: es un encuentro familiar, comunitario, musical y gastronómico; es una fiesta del país que convoca al reconocimiento del extenso territorio del Pacífico”.




Las Cantadoras.
Por Luís Fernando Tasceche ©



Desde que tenemos memoria y empezábamos a descubrir el sentido de las palabras al poder escucharlas: cantadas y habladas por ellas en el mar Pacífico, fuimos oyendo de muchas gentes de uno y otro lado que unas mujeres muy antiguas, ya tenían sus pieles untadas del tiempo por los sueños de vivir cantando siempre durante noches irrepetibles e interminables.

Ellas habían hecho un pacto con la vida y las músicas para que les aprendiéramos en cada momento que las volviéramos a mentar, que si era posible cantar, bailar,  gozar, sentir, creer y crear en nuestra imaginación lo que a  todos nos han recontado de generación en generación: que allá en los bajos de los ríos que se adentran en los mares, muchas de  ellas, son el canto vivo de las palabras, de los ritmos, las leyendas, los dolores, las alegrías y que cuando empiezan hacerlo jamás terminan porque no saben: ¿cuándo comenzaron a cantar?

A ellas todo les vino por esa tradición oral que desencadenan las maneras de saber contar y tejer mitos como si ese hábito fuera para hilar viejas ideas que tenían los contadores de historias, en medio de los nuevos tiempos y porque un día, esas narraciones se inspiraron cargadas de las temporadas de invierno y fiesta que traspasan a nuestros pueblos ribereños,  igual como el artificio en el que ese bello momento permite que pase el tiempo del uno al otro y que en últimas, es el momento trascendente que es como un gorgojo mágico que tiene el día cotidiano de la vida en esta tierra de los manglares y los esteros y que corre tan rápido como es el instante. El instante del tiempo y de la memoria y la escritura hablada que nace cantada y conversada por ellas en todas sus vidas.

Es imposible asirlo y se pierde  en un espiral interminable. Así es el tiempo de los cantos de las cantadoras, es ese momento en el que tampoco sabemos, si es presente o se vuelve futuro y desde ahí,  para ellas jamás no saben exactamente cómo fue que apareció, ni donde nació porque sólo pudieron verlo volver al canto, igual como vuelve a la otra orilla, el ritmo de las olas, porque ese es un juego infinito en la vida, porque cuando vuelve lo hace para sólo regresar con las cadencias del agua, en ese repicar eterno que despierta el aire entre las piedras, cuando una de ellas canta, en lo que llaman el rumor del río arriba o de la vega del río hacia abajo antes de llegar al Océano del Pacífico, vuelven y cantan por marejadas inmensas.




En esos espacios tan maravillosos, ellas  se inventaron el juego de jugar con los tiempos, para emprender el largo viaje de los aprendizajes, con un juego sempiterno muy secreto que lleva anclada la prosodia de los cantos polifónicos  que se alternan con los ritmos de los corazones de los ríos y los mares en todas las expresiones maravillosas de la marimba y  en los que no se pierde nada sino que se canta, se baila y se hace la danza para que sea música del Pacífico.

De esos amores y extrañamientos de ellas con sus músicas, es que hablamos entonces. En sus cuerpos, nacen las palmas que agitan el alma llena de esperanzas, para que cada noche sea un nuevo juego de otros abalorios y fuegos del inmenso litoral. Sus cantos son los testimonios perfectos de cada uno de sus territorios. En ellos se encienden las palabras que tienen vivos los espíritus y sus almas benditas, en medio de alabaos y arrullos.

Son los cantos rituales que vuelven de sus memorias ancestrales como cuando empezaban los amaneceres a despertar en los nuevos días de sus ribereños pueblos. Primero con un sorbito de café y luego con un mochito cantado y después con un versito más largo y preciso y  al otro día con un canto amatorio y sumatorio de muchos mochitos y versitos, que iban enlazando con todas las palabras que habían podido inventar en todas esas noches inmensas e interminables. Así fueron apareciendo los cantos que hoy volvemos a revivir en cada berroche donde nos encontramos a hacer los currulaos nuestros. 

Así fue como empezaron ellas a cantar en cada berroche donde nacían como los amores, cantando sin cesar cantos sin memoria que se nos prendían a nuestros cuerpos para hacernos danzar como esos amores que en las noches de jolgorio, son cantos profundos de allá dentro del alma donde no nos conocemos ni nos olvidamos porque estamos hechos de sus esencias etéreas, puesto que sabemos definitivamente que existen y de allá vienen los cantos de esas barrigas llenas de griots y de espíritus, que vuelven a renacer con los bellos estertores que pujan un día como hijos inmensos y que uno no puede detener porque son los partos eternos de cantos que vienen con uno que otro mochito cantado, repetido, tejido y que están cargados con esa sangre caliente que ama, que baila, que canta, que siente, que llora, que vive y que ríe: “porque nosotras, -cuentan ellas, con ese dejo cargado de memorias- cantamos lo que el alma llora, cantamos del refugio transparente de esos tambores que braman apenas el tamborero repica el “alegreo” sobre sus cueros como si viniera del infinito de los siglos,  porque tienen lo que sus cueros tristes no olvidan”: la alegría de cantar y seguir cantando.

Recuerdan ese grito ancestral que habla de “repica ese cuero y rompe los cueros tumbador que este chivo quiere tambó”.

Argumentan con sus gestos y sus acentos: “Nosotras, somos ese hechizo triste que a veces tiene los tiempos de las anunciaciones de los Orishas que enseñaron los patakíes de las historias donde se encerraban los mitos y cantaban los dioses de siempre, los mismos que contaban de los orígenes para que los límites de nuestros mundos le hablen a las  otras soledades de los hombres, ya que nos inventaron como las máscaras en la tierra de nuestra madre África, igual como el habla eterna de los pueblos”: haciendo esa alquimia “donde resuenan las marimbas de chonta y los tambores ancestrales…Cuando se canta hasta la melancolía se vuelve dicha. En el Pacífico las mujeres adoban los alimentos con canciones, y de las cocinas, a veces, salen gratos olores y hermosas voces de ninfas afroamericanas nacidas con el don de la música y la culinaria. Son como Ninfa Aurora que se iba cantando todo el tiempo y andaba con un carbón para escribir letras y palabras, que veía  en los anuncios. Reproducía números y letreros en papelitos y preguntaba por el significado y lo grababa en la memoria. Era el interés de conocer, por cuenta propia, por gusto, por instinto por avidez personal y cuando tenía tiempo libre, Ninfa escribía y dibujaba y no dejaba de cantar, como ahora, en ese Barrio de Santa Cruz, donde le escucharon por las calles de la Pila, cantando: “espejito compañero, mírame, que triste estoy…” y poco a poco, fue rescatando de su prodigiosa memoria quilombera ese paisaje emocional, con el anzuelo de la voz, profunda, con aquellas sílabas que van armando una frase y una tonada para volverlas a tararear con el mismo regocijo y nostalgia, conque aparecieron en su voz nasal, en su voz ronca, que tiene el almizcle rítmico del sentido musical, la frescura de las niñas y la maravillosa gracia de la infancia con que puede libremente transmitir la sabiduría instantánea de los sonidos de los instrumentos y las palabras, porque ella es capaz de hablar de cosas trascendentales y sigue siendo a la vez espontánea y alegre, tan vital como su experiencia existencial de suspirar y reír y componer una canción al camarón en ritmo de juga y darle ese sabor Pacífico: “Yo le ví la barba al camarón…viene el camarón…con el ojo rojo…el camarón…el camarón…el camarón”, el mismo camarón que buscaba cuando la marea bajaba en los charcos de agua que se formaban en los bajos de arena del inmenso litoral, porque le despertaban una curiosidad inmensa y le parecían extraños, los atraía, les echaba migas de pan y de arroz, los veía moverse y les veía esa coraza colorada que los recubre, las patas y los ojos, hasta que los cogía, los observaba, los despresaba y los alistaba para  luego prepáralos, como un fruto del mar, a los que les cantaba y nombraba, con las mismas tonadas y líneas musicales y las mismas bases rítmicas y pegajosas, que su voz memoriosa, sabedora, palabrera, entusiasta, desbordante ha tejido con la misma cualidad con que se inventa aquello que luego fácilmente, vamos a repetir, con el recuerdo de sus artes y sus expresiones de esa memoria cuajada en la historia cultural del Litoral Pacífico como buena parte de las composiciones que existen en la medida que son músicas que se repiten y se reiteran y se quedan en el aire” y se conjugan y se repiten en la vida cotidiana de las fiestas del Festival Petronio.[27] 

Sus cantos son esa obra maravillosa que nace en el mismo murmullo salvaje de esas libertades que todavía se buscan en la medianía de las lunas ciegas que en los montes de esta tierra, nos dejan sin rastros y con las memorias herrumbrosas de los juegos de abalorios de todas las encrucijadas del día en que  unas “chuanas” sin vigilia y unos tambores enamorados cruzaron los horizontes en el más allá de los paradigmas, con la fuerza incontenible de los Orishas con los que venían en cada uno de los pesanervios de la embriaguez de estos muertos que vuelven a renacer en cada canto y en cada memoria hechizada y transmigrada.

“Nosotras, arrullamos todas las harturas del oprobio esclavista con la gracia de cada sombra cimarrona que iba desnudando en la piel enamorada de los labios de cada una de las cantadoras que portamos,  porque ya estábamos preñadas de sus alientos y los gracejos de los bogas que descubrieron el viento libre de cada canto nuestro, como cuando descubríamos que podíamos enamorarnos de sus fuerzas y sus libertades”.

Ellas nacieron de ese lugar inmortal donde nacen los milagros: el mar y su oleaje cantado, versado, armónico y sonoro: el Currulao!

Ellas se inventaron el caudal de nuestras culturas Caribe y Pacífica, con sus memorias, sus cantos  y con todas sus variantes propias y con esos ritmos que hoy ocupan un lugar en el mundo, haciendo todo un movimiento alrededor de las músicas que expresan esas identidades y tienen las raíces primigenias del África, que son las mismas que al nacer y crecer son las patrias originarias, porque atraviesan como topos fundacionales de las palabras, con sus paisajes emocionales, son ese habitad y ese ethos con el que se carga el inconsciente de todos nosotros, creando y recreando, el mismo aire, el mismo río, la misma profundidad de nuestras almas y de nuestra condición humana, en la que encontramos la embriaguez y la lucidez que muchas veces puede ser ritual y oral como una gran fiesta verbal de alta sensibilidad por aquello que sentimos, pensamos y se nos revela con la misma gravidez con que nacen las nuevas palabras de la vida y la libertad.

Ellas son las que le ponen con sus almas, el aliento de la vida en las sonoridades de sus cantos, en el soplo de los vellones sagrados de las Ceibas y los Irokos para contagiar al mundo de ritmos vernáculos, con los que es posible que vayan cambiando el valor de las palabras y las cargaron de nuevos significados simbólicos, con fraseos sencillos, elementales, haciendo músicas sencillas muy pegajosas, que podían aprenderse como el amor y sus elementales fuerzas, que nacen con el mismo fulgor de los mediodías  y los estertores de la juventud para que aparezcan en los planos sonoros de las armonías, para que nos tomen muchas veces, nuevamente y sean como esas sensaciones amadas que cuando se despiertan, se toman las memorias de los cuerpos, como músicas que cruzan por la sangre, por la piel, por la boca y las cantamos para que nos abracen con sus atmósferas, indefinidas y consumadas, palpitando con su rumor a tomarnos con esa energía inmortal del universo.



¿Qué son las historias de vida?

Por Luís Fernando Tasceche ©


Son una diversidad de relatos y formas narrativas que acompañan a cada uno de los cultores de las músicas de Marimba y Cantos Tradicionales en el Pacífico. Son sus historias, sus radiografías espirituales, sus apasionamientos más reveladores, donde se cruzan los acertijos que tienen las verdades que siempre han vivido y que querían contar, en el trasmallo, en el potrillo, en el portón del buen recuerdo, en la cruce de la ensenada, más allá de la entrada de algún manglar donde se pueden esconder los pasados y vivir los presentes. Son el testimonio que más se acerca a sus prácticas culturales, a sus oralidades, a sus hábitos,  a sus maneras de hacer las comidas y cantarlas, a sus creencias, a sus mitos, a ese enjambré de creatividad que ancestralmente viven los pueblos ribereños y costeros del PacíficoSon las historias vivas y vividas que mantienen en su transcripción técnica las prosodias de cada uno de los actores sociales presentes en los textos de las entrevistas, que superaron las conversaciones y alcanzaron el ritmo de la profundidad.
Son sus medianías, sus mediaciones con el mundo y con el hábito de saber contar lo que han vivido como seres ciudadanos del mundo.

CITAS BIBLIOGRÁFICAS


[1] Como lo anota Argemiro Cortés B.  en el texto Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez: Patrimonio Cultural de Santiago de Cali, en una publicación de Alcaldía Santiago de Cali, 2009.
[2] Texto citado en las “Memorias de una fiesta pacífica, acerca  del XIII Festival de Música del Pacífico PETRONIO ÁLVAREZ, Compilado y dirigido por Carolina Romero Jaramillo © como una publicación de la Alcaldía Santiago de Cali, en el 2009 y cuya impresión fue realizada por Feriva S.A.
[3] Rebeliones y lucha por la libertad de Gustavo I. de Roux, Cali, 2012.
[4] “No hemos podido tener una mirada clara ni siquiera del Caribe, mucho menos respecto al Pacífico.  Tanta ha sido la ausencia de una conciencia sobre el Pacífico, que se le llamó el “Litoral Recóndito” y continúa siendo el Litoral Recóndito… sigue siendo una tierra desconocida. Y no porque no estemos todos los días allá, sino porque nos limitamos a creer que son tierras ausentes del desarrollo de la cultura universal, y es todo lo contrario.” Conversaciones con Manuel Zapata Olivella, realizada por Darío Henao en la revista Pacífico editada por la Universidad del Valle, © 2001.
[5] Las costas del Pacífico hacen parte de las zonas costeras, -que son los lugares donde el continente se une con el mar- e insulares del país comprenden doce departamentos: 8 sobre el Mar Caribe (Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, Guajira, Magdalena, Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba y Antioquia) y 4 en el Pacífico  (Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño). En estos departamentos se ubican los 47 municipios costeros e insulares en el país, los cuales ocupan el 7% del territorio continental nacional (68.357 Km2). Las zonas costeras concentran el 10% de la población del país, y cuentan con una riqueza étnica y cultural representada en la población mestiza, indígena, afrocolombiana, negra, raizal y palenquera que las habita. Para mayores detalles consultar DNP (2007). “Visión Colombia II Centenario. Aprovechar el territorio marino-costero en forma eficiente y sostenible”.
[6] Mí  Pacífico, Décimas de Mar y Realidad de José Baltazar Mejía, Cali, enero de 1994, esta décima data de Junio 13,89. Las décimas son unas formas poéticas que son provenientes de España y constan de 10 versos octosílabos que tienen una rima obligada según la siguiente estructura: primero, cuarto y quinto versos, segundo y tercero, sexto, sétimo y diez, y octavo y noveno. Son muy cultivadas en el Caribe y en el Pacífico. José Baltazar como médico, cantautor e intérprete de la música folklórica latinoamericana, encontró en la décima la forma apropiada para hablar de ese mundo mágico, “irreal” que desborda las realidades y que los portadores de la palabra como los bogas logran desnudarle el aliento para capturar con el lenguaje las formas diferentes de hablar y sentir de sus comunidades.
[7] Los palenques fueron bastiones a través de los cuales los cimarrones lograron institucionalizar la resistencia a las imposiciones del régimen esclavista. En el siglo XVIII los palenques se situaron a lo largo de los valles formados por los ríos Cauca y Magdalena y se extendieron, pese a la severidad de las penas que se les imponían a los fugitivos cuando eran recapturados y a su persecución sistemática, por casi toda la zona esclavista de la Nueva Granada. Algunos se constituyeron en verdaderas matrices para el desenvolvimiento de sociedades relativamente autárquicas, con códigos y regulaciones propias para normar las relaciones sociales, hacer justicia y organizar la vida en comunidad; verdaderas poblaciones que albergaban más de un centenar de libertos y fugitivos que preferían la muerte antes de regresar con sus amos. Del trabajo Rebeliones y lucha por la libertad de Gustavo I. de Roux, © 2012. 
[8] Los Afrocolombianos Frente a los ODM, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, es un estudio financiado por el PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO PNUD en el que participó Gustavo de Roux como Investigador principal, con el apoyo de  un EQUIPO DE INVESTIGADORES conformados por Andrea Tague Montaña –Género, Carlos Acosta Aponte        –Asesoría Estadística, Carlos H. Fonseca Zárate –Sostenibilidad Ambiental, Carlos Jorge Rodríguez Restrepo –Salud, Clara Realpe –Apoyo Estadístico, Daniel Mera Villamizar                 -Educación, Lucía Mina Rosero –Pobreza; registrado en el ISBN: 978-958-8447-64-3y fue hecho su DISEÑO E IMPRESIÓN por www.codice.com.co en el  © 2012.
[9] Esfuerzos constitucionales y postconstitucionales realizados desde lo público para clausurar la brecha de Gustavo I. de Roux, © 2012.
[10] Ob. Cit. Pág.11.
[11] Ob. Cit. Pág. 11.
[12] La Deshumanización del Afrodescendiente: el punto de partida de Gustavo I. de Roux, © 2012.
[13] Ob. Cit. Pág. 11.
[14] Cartilla de Iniciación en músicas tradicionales del Eje Pacífico Norte, Al son que me toquen canto y bailo, Autor: Leónidas Valencia Valencia, Asistente de investigación: Ana María Arango, Asistente pedagógico: Luis Enrique Valencia Valencia; Plan Nacional de Música para la Convivencia, Calle 11 N° 5 -16 Bogotá, D.C. – Colombia, Teléfonos (+571) 2435316 - (+571) 2818840, plandemusica@mincultura.gov.co, www.mincultura.gov.co, Primera edición, 2009 © 2009, Ministerio de Cultura, ISBN Obra completa: 978-958-8250-15-1, ISBN Volumen 4: 978-958-8250-65-6.
[15] Ellos son los depositarios de las tradiciones ancestrales y tradicionales. El griot, es el portador de las historias orales y cantables, que según Francis Bebey: "El griot de África Occidental es un trovador, la contraparte del juglar medieval europea... El griot sabe todo lo que está pasando ... Él es un archivo viviente de las tradiciones de la gente ... Los talentos virtuosos de los griots comando universales admiración. Este virtuosismo es la culminación de muchos años de estudio y trabajo duro bajo la tutela de un profesor que es a menudo un padre o un tío. La profesión de ninguna manera es una prerrogativa masculina. Hay muchas mujeres griots cuyo talento como cantantes y músicos son igualmente notable. ", que en su libro “La música africana, el arte de Un Pueblo”, explora una hermosa caracterización del ser africano.
[16] Ob. Cit. Anteriormente.
[17] El Festival de la Marimba y la música del Pacífico, Saturnino Nino Caicedo Córdoba, Secretaría de Cultura y Turismo, Gobernación del Valle del Cauca, © 2008; Pág.16 y 17.
[18] Esta vez en el 2013, se llevará a cabo en septiembre por la celebración de la Cumbre Mundial de Alcaldes Afro que se reunirán en Santiago de Cali.
[19] MORÍN, Edgar, Los siete saberes de la Educación del Futuro, París, ©  1999.
[20] PEREACHALÁ Alumá, Rafael, Las Fiestas Franciscanas de Quibdó “Fiestas de San Pacho”, publicado por la Fundación BAT Colombia e Intermedio Editores, Colombia de Fiesta. A propósito de sus 81 Fiestas Franciscanas de Quibdó  en Homenaje al padre Nicolás Medrano su fundador.
[21] Por el camino del Petronio… Por la ruta…del XIII Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez Memorias de una Fiesta Pacífica afuera, pág.27, 28.
[22] MORIN, Edgar, OB. Cit.
[23] MORIN, Edgar, Ob. Cit.
[24] Ulloa, San Miguel, Alejandro, La Música del Pacífico Colombiano: Entre el folclor tradicional y la música popular contemporánea; Págs. 17-25; revista cultural de la Facultad de Humanidades-Univalle. Número 1-Agosto de 2002, Monográfico especial en coedición con la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali, Administración John Maro Rodríguez, siendo Secretaria de Cultura la Dra. María Victoria Barrios de Gómez. ISSN 1692-1011 con la Dirección Editorial de Víctor Mario estrada y Darío Henao Restrepo.
[25] Benet, Tazao, La comida un bien hecho para diferenciarnos por sus sabores, 2011.
[26] Garcés, María Antonia, La cocina como elemento fundamental de la cultura, sobre el libro “El Fogón de Negros” de Germán Patiño, diario El País de Cali, 1ro de febrero del 2015.
[27] MOYANO, Ortiz, Juan Carlos, Ninfa Aurora Rodríguez Mosquera o la persistencia de la vida, , Pacífico Sur, revista cultural de la Facultad de Humanidades, Univalle, No. 1, agosto de 2002, monográfico especial en coedición con la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali, ISSN 1692-1011

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