Las Sagas del Petronio
El Petronio:
Un mar sonoro lleno del oleaje y el sabor Pacífico.
Por Luís Fernando Tasceche ©
“…Uno es de donde nace, de donde
vive, del lugar de los padres y de los abuelos y de los sitios donde lo conocen
y lo recuerdan. Uno también es del sitio donde se originaron los ancestros
porque todos somos una suma inevitable de olvidos y recuerdos y herencias
imposibles de borrar”.
Ninfa Rodríguez Mosquera.
Desde que nació el Festival de Música del
Pacífico y se inauguró el 6 de agosto de
1997 en el Teatro Municipal Al Aire Libre Los Cristales, éste se fue
convirtiendo en un proceso de desarrollo cultural que alcanzó a convertirse en
un espacio social “de congregación y reflexión sobre la herencia cultural de la
tradición del Pacífico”[1]. Un
espacio de transmigración espiritual e interculturalidad consustancial de los
verdaderos ethos de sus pueblos porque contó con la presencia de las colonias
asentadas en gran número de los barrios,
comunas y corregimientos de la municipalidad de Santiago de Cali.
Siempre es muy grato descubrir que todas las
cantadoras y los músicos que hacen las músicas en el formato de Marimba e
interpretan los cantos tradicionales Afrodescendientes de sus culturas
musicales, nos permiten sentir a cada uno de los que vivimos la fiesta
afrocolombiana por antonomasia, que ésta es la fiesta ritual más liberadora,
explosiva y representativa por toda la vitalidad y creatividad musical que se despliega en propios y extraños alrededor
de la fuerza viva del Currulao.
Esta es la fiesta en la que -“éstas cantadoras y éstos
músicos”- que son los portadores de las
tradiciones, encarnan en cada una de sus expresiones cantables, una verdadera
elegía a la fuerza de la música en la vida de los territorios, donde como decía
el maestro del verso poético Helcías Martán Góngora: se siente “en lo más profundo/este cantar de mi gente…
/La sangre da la vuelta al mundo/como el mar al continente. /Bailo con negra
soltura en Tumaco y Ecuador, /en Guapi, en Buenaventura/y en la costa del
Chocó. /El cantar que tú modules/ nunca tendrá la virtud /que tiene mi
makerule, /currulao, berejú/makerule, berejú!/”[2].
Es un poema que está cuajado por la fuerza
sensible de una escritura que patenta la experiencia del que vive los juegos
encadenantes de los grandes abalorios que poseen el mar y sus músicas, pues dan
cuenta del Ritual y la Ceremonia de las Fiestas con la participación de la
Palabra, la Música y la Danza, precisamente cuando éstas con sus nombres de
makerule, berejú, currulao, aguabajos, abozaos, alabaos, y patacorés,…etc. son
gran parte de los ritmos que simbolizan la memoria del cuerpo y el folklor de
los pueblos del litoral.
Estos ritmos son un autoreconocimiento de las diversidades orales, sociales,
creativas y pluriétnicas que se generan
e inventan desde sus propios escenarios y donde hacen posibles el goce, el divertimento y realización de la imaginación de los pueblos afropacíficos que las viven y
comparten en el espacio de las Fiestas locales de la región Pacífica y en la
preparación de los procesos de desarrollo y fomento del Festival Petronio en
los territorios de la cuenca.
Por eso, el recuerdo del texto del maestro
Helcías. El poema es el testimonio vivo de la fuerza que tienen unos ritmos y
el carácter simbólico que los resume, pero que hasta ese momento de la
escritura del poema -Cali
todavía está ausente- y no ha germinado el Petronio como Festival y Fiesta de
tradiciones.
Pero, en
el poema al lector del mundo, el poeta Martán lo insta a vivir y sentir estas
músicas entrañables de la madre del agua en la tierra: el mar de Yemayá, en el
océano Pacífico. Son las mismas músicas y comunidades que ya hacen parte del
territorio caleño en pleno siglo XXI, porque a esta ciudad han llegado en los
últimos treinta y cinco años, cientos de miles de inmigrantes Afrodescendientes
provenientes del Pacífico colombiano, trayendo consigo y aportando un gran
acervo de tradiciones y valores culturales presentes por centurias en las
rutinas cotidianas de sus vidas.
De ahí, la necesidad de definir que la impronta
esencial del Festival de Música del Pacífico “Petronio Álvarez” la incorporan
los músicos y las cantadoras que
participan como transmigradores
de las tradiciones orales y
ancestrales que han sido transmitidas de generación en generación desde la
llegada del África a América, gracias a la capacidad de testimoniar y tejer
formas de relacionarse y de ser que tienen los pueblos, puesto que narran las
lógicas de ver y entender el universo simbólico del Pacífico y que ilustran
acerca de los sentimientos de pertenencia e identidad de quienes pueblan sus
calles, sus ríos, sus montes, sus poblados y sus puertos en ese inmaculado
territorio de leyendas y reescrituras, cantos, bailes y músicas.
Reescrituras que son las mismas hojas de la
memoria de las que se sabe y se conoce que “en
muchas ocasiones enmascararon sus religiones africanas en el formato del
culto católico preservando elementos de sus teogonías y que construyeron
procesos de identificación al interior de los “cabildos” y “cofradías”
permitidos por las autoridades coloniales, desde donde gestaron cuando pudieron
rebeliones abiertas. Además, se las ingeniaron para llevar los cuentos, la
música y los rituales más allá de lo lúdico y usarlos como sustento de un
ideario abiertamente libertario”[3].
Esto es así de complejo y significativo en este
resonar del Festival que termina por hacernos desbrozar que su residencia en
este mundo se compagina con una “tierra desconocida”, con un “litoral
recóndito”[4]–del que
tanto pronunciaba y señalaba el eterno Manuel Zapata Olivella-.
Es desde allí de donde emergen sus notas
musicales que circundan en la infinidad de las chagras sembradas con el
pan-coger del plátano, la yuca, el maíz, el maní, la batata, el ñame, el
chontaduro, las palmas de coco, los frutales y las hortalizas que están tejidas
en las costas[5] y que
hacen parte de cerca de los 339.100
km2 que nos hablan y cuentan cada uno de
los participantes, en los relatos musicalizados de sus historias en el Festival
Petronio.
Son los espacios definitivos que están
tatuados en la experiencia vital de sus
existencias desde el vestigio de sus venas, arterias, corazones, almas,
sentimientos, cuerpos, cadencias y cuerdas vocales. Moradas que además de ser sus nortes y sus sures, también están
en la biofísica de cada uno de sus
riachuelos, manglares, selvas,
maniguas, ensenadas, bahías y esteros que conforman los territorios que son
parte de los departamentos del Chocó,
Valle del Cauca, Cauca y Nariño, en ese andén de la gran cuenca selvática del Chocó-biogeográfico.
“El Pacífico/ Sin errar
la dirección/ Oirás en viaje valioso/ historias que me contó/el mar señor
poderoso. / Que mil trescientos kilómetros/ Tiene esta costa mía/ De Ecuador a
Panamá/ Nos dice la geografía/Y se gasta más de un día/ En franca navegación/ Y
una buena embarcación/ Se necesita por
cierto/ Navegando a cielo abierto/ Sin errar la dirección./ Allí se encuentra
de todo/ Tanto en tierra como en mar/ Gente de piel morena/ Peces grandes y
manglar/ Mil cuentos para contar/ Todos ellos fabulosos/ Y sobre la vida
diaria/ De otra gente legendaria/ Oirás en viaje valioso/ Y yo salí de Tumaco/
con rumbo norte fijado/Satinga, Guapi y El Charco/ pronto los hube tocado/ por
Timbiquí he pasado/ por Buenaventura y Baudó/ Bahía Solano y Juradó/ hasta
Punta Ardita llegué/ y allí sentado escuché/historias que me contó./
Narraciones sin iguales/ de tiempos antepasados/ cosas buenas y también males/
por las costas han pasado/ son pocos los que han quedado/ ya el recuerdo es
borroso/ siempre ha estado silencioso/ y a través de cada siglo/ de esto ha
sido testigo/ el mar señor poderoso”/[6].
Esos son sus habitads naturales. Los ecosistemas
de sus mundos imaginarios y sus representaciones sociales en medio de la
inmensidad del mar Pacífico, pues es desde donde nos conversan y dialogan,
cantando y bailando con sus gritos y cantos llenos de las prosodias que llevan
los acentos, los pulsos y los compases de unas matrices rítmicas indelebles que
por su oralidad, corporalidad y el lenguaje estético de las africanidades
tienen en sus humanidades, todas las sumatorias de las memorias del tiempo de
la conquista, la colonia, la esclavitud, la independencia y la modernidad con
las resistencias de los procesos sociales que han implicado el desbordarse como
sujetos humanos y como pueblos, en las infatigables e inolvidables luchas por sus libertades en
sus palenques[7] y en los
libres albedríos de saber asumir el cimarronaje desde la dignidad en los
espacios históricos de su condición humana.
Son pues muchos los años de ignominia y crueldad
en los que –sólo a fínales del siglo XX, aparece una Constitución Política como
la del 91 y la Ley 70 de 1993-, las que son las hojas de ruta hacia la
civilidad democrática e incluyente de la nación colombiana; las mismas expresiones
fundamentales que abren realmente junto con el Festival de Música de Pacífico,
las condiciones de posibilidad para que puedan adquirir realmente los
Afrodescendientes sus ciudadanías en el Nuevo Mundo. Diríamos conquistar
felizmente “la ciudadanía, lo que implica formar parte de una comunidad
política con igualdad de derechos y con sentido de identidad y pertenencia”[8].
Ese es el espacio maravilloso de la Carta Magna,
la que “fundamentó el establecimiento de una relación cualitativamente
diferente entre el Estado y la población afrocolombiana al reconocer y asegurar
la protección de la diversidad étnica y cultural (Artículo 7), obligar al
Estado a proteger las riquezas culturales y naturales (Artículo 8) y determinar
que “todas las personas nacen libres e iguales ante la ley y gozarán de los
mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por
razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión
política o filosófica” (Artículo 13). Pero, además, reconoció derechos
colectivos en territorios de ocupación ancestral (Artículo Transitorio 55)75 al
determinar que “las tierras comunales de grupos étnicos son inalienables,
imprescriptibles e inembargables” (Artículo 63), afirmó el derecho de los
grupos étnicos a una formación que respete y desarrolle su identidad cultural
(Artículo 67), y anunció la promulgación de una ley para establecer una
circunscripción especial que asegurase la participación en la Cámara de
Representantes de los grupos étnicos (Artículo 176)”[9].
Por eso el Festival es un tributo a los
“mayores”, a “los ancestros” y a los procesos liberadores que sirven para
perpetuar su Memoria que igualmente “está enraizada en lo más profundo de la
historia de los Afrodescendientes en Colombia” y el Petronio, es un espacio
sempiterno de la identidad y la diversidad cultural colombiana.
Es un Festival que nos facilita indiscutiblemente
cómo se lo puede vivir y sentir, en lo que llamaríamos el proceso
desencadenante de resignificar una
ciudadanía Afrodescendiente desde el Pacífico, como la apertura refundadora de
un “ethos” cultural que busca asumir la ciudadanía plena con paridad de
derechos y con un acumulado de percepciones, en las que están condensadas las
páginas de una dolorosa historia en la que juega un papel muy importante y
significativo, los márgenes y las huellas de la memoria de “una esclavitud que
menoscabó profundamente su dimensión humana y redujo a la categoría de
semovientes a seres arrancados violentamente de sus naciones, sus entornos y
sus familias”[10].
Páginas y memorias que se redimensionan y se
vuelven a renombrar con el aliento de la dignidad soneada por el canto de sus
músicas y que saben que “durante el llamado tráfico negrero se los catalogó
como “piezas” que se marcaban una vez llegaban a los puertos coloniales en
“cargazones” cuando eran muchos, o en “lotes” cuando eran pocos”[11].
Esa es una página de la humanidad que para “los
Afrodescendientes que iniciaron su historia en la tradición colombiana, -y que
la iniciaron con la negación-. Negación de su humanidad plena, de su dignidad,
de su libertad, de sus oportunidades y de sus derechos mínimos”[12], es una
página que tiene otros significados desde el Festival con la palabra cantada,
con el resonar de las baterías de tambores y cueros, en medio de una égloga
emancipadora que retoma la letra A de la madre tierra: ¡África! para volver a
nacer y renacer en cada efluvio de las ritmáticas del piano de la selva, la
marimba. O de cualesquiera de sus expresiones significativas, en los diferentes
espacios de su musicalidad.
Es “la historia de los Afrodescendientes” la que
se rememora en todos los momentos del Festival Petronio, porque son las
historias de los africanos que dejaron silueteada en cada metamorfosis de cada
una de las familias del África en el Pacífico que son y hacen parte de esa
“historia de todas y todos los Afrodescendientes” que saben perfectamente que
“en todos los lugares donde se llevaron esclavos africanos, ésta historia
estuvo marcada por el recorte de su humanidad, su cosificación y su
transmutación en herramientas productivas y mercancías realizables en el
mercado”[13].
Historias que se reviven en el Festival Petronio,
pero que ellos como herederos… ayer, hoy y mañana son los que las “traducen…
con un quehacer musical diverso, ecléctico y dinámico en el que la tradición
oral, transmitida de generación en generación, cumple un rol fundamental dentro
de los contextos sacros y profanos…”[14]
puesto que son los espacios simbólicos y metafóricos, los que revaloran “los
espacios informales tradicionales de transmisión de conocimiento”, donde se
juegan nuevamente unas pedagogías y unas escrituras musicales muy profundas que
a partir de la “oralidad, es decir ese mecanismo por el cual se comunican las
personas a viva voz, -que es un común
denominador en estas tierras pacíficas, como otrora en el África se hacía con
los interminables griots[15]-, que
son muy significativos /en la construcción y apropiación de los saberes tradicionales
musicales para construir hechos sonoros con los que satisfacen las necesidades
inmediatas en una comunidad”[16] como
fielmente ha sido su historia.

Con la celebración del Festival, diríamos que desde las
oralidades y corporalidades de unas comunidades que se reinventan en cada acto
sonoro y danzario, estas expresiones artísticas y folklóricas sirven para reencontrarse con la tierra transmigrada
africana y siempre a través del hermoso
y armónico sentido de las polifonías y los polirritmos, que vuelven y lo hacen
visible y vivo, las marimbas, los cununos, los bombos y los guasás cuando
étnicamente podemos revivir sus lenguajes, ritmos, cantos y cadencias, aquello
que se vive y siente con la fuerza de las etnicidades y que se dan
efectivamente en esa puesta en las múltiples escenas del evento final de cada
año para cada una de las modalidades.
Ese proceso es una estampa celestial de cada uno
de los actores del Festival Petronio, porque es como ir redescubriendo la
médula de esa africanidad Pacífica que sabe resumir Saturnino Nino Caicedo
Córdoba en el texto “El Festival de la marimba y la Música del Pacífico” cuando
afirma que: “Lo que se conoce hoy como música del Pacífico es la música
africana, adaptada a América por los primeros africanos en este continente,
quienes a partir de recuerdos construyeron un África en América Latina…en una
palabra, donde…trasladaron toda su cultura: rituales, música, danza,
gastronomía, vestuario y lenguaje, es decir, toda su manifestación inmaterial
para enriquecer este continente” [17] .
Son sus experiencias vividas en cada rincón de
aquellas tierras embrujadas por el rumor de las músicas, las que traen los ecos
de la vida y que suspiran en Cali cada agosto [18]
desde hace 18 años.
Es posible que el día que el historiador y
antropólogo Germán Patiño se imaginó este encuentro simbólico, -“de un gran currulao”, lo soñó como una oportunidad donde las
gramáticas de las ritualidades afropacíficas pudieran dialogar, se encontraran
y se reconstituyeran culturalmente como ese “conjunto de saberes-haceres,
reglas, normas, interdicciones, estrategias, creencias, ideas, valores y mitos
que se han transmitido de generación en generación y que se reproducen en cada
individuo, puesto que controlan la existencia de la sociedad y mantienen la
complejidad psicológica y social” de los pueblos en sus expresiones artísticas
– que es aquello que tanto nos lo ha
hablado Edgar Morín[19], en esa
visión diferencial de la dimensión cultural que perfectamente habla la
complejidad como metodología del conocimiento para el mundo de la educación.
Ritualidades que vuelven a retomar el curso de la
vida en esta ciudad con la aparición e invención del Festival de Música del
Pacífico, en escenarios tan diversos como lo fueron los tiempos entusiastas e
incomparables en el original complejo arquitectónico, cultural y paisajístico
del Teatro al Aire Libre Los Cristales
del barrio Nacional, allá en la carrera 14 oeste con la calle sexta No.
6-00, cuando las colonias pacíficas
enarbolaban sus banderas municipales, sus subregiones culturales, sus
imbricaciones musicales, sus ideas identitarias, durante las fiestas de las
cuatro noches y los cuatro días interminables, con lo que sería el pasar de un
lado a otro, como la gran romería de los valores pacíficos que enuncian la
formación de otra gran realidad simbólica en el tejido cultural y
arquitectónico de la ciudad de Cali: la música del Petronio por parques
públicos, barrios, calles y carreras.
Hecho valioso que hablaba del río de gentes y sus
muchachadas desplazándose por las calles aledañas, o en las cercanías al Parque
Artesanal de la Loma de la Cruz, que al reagruparse las comunidades con motivo
del Festival, mostraban que eran provenientes de las más diversas veredas y
corregimientos de las costas del litoral y que creaban un juego de intercambios
y de matrices que simbolizaban los valores, la historicidad, sus herencias, su
visibilidad étnica, sus cartografías habladas y contadas en formas de cantos,
ritmos, gestos y conversaciones, encontrándose con sus orígenes comunes, con su
inclusión y reconocimiento en la urbe, con todas sus huellas y marcas, sus
imágenes, con su incorporación como con
la redefinición de las identidades y afloración de su habitancia y de sus
ciudadanías musicales, corporales, como formas eficaces de un diálogo
intercultural y generacional muy profundo que permitía para difundir y ampliar
la formación de nuevos públicos ciudadanos culturales con y a través del
“Festival Petronio”, de/y con una nueva polifonía cultural en movimiento.

Eran las noches de carnaval del festival, donde
la romería cantada y bailada contagiaba con el rumor de sus arrullos y cantos a los vientos
alisios con el que coqueteaban y refrescaban las nubes esta tierra cálida de
Cali, hasta convertirla en una gran fiesta carnestolenda de marimbas, guasás y cununos que transitaban
cada noche apenas acababan las rondas eliminatorias del Petronio.
El Festival prácticamente se desparramaba con sus
comunidades y “colonias” por los territorios urbanos para rescatar y mantener
sus herencias sobrevivientes de lo africano y lo pacífico, en una
reestructuración social, política, económica y territorial, que iba creando
circuitos simbólicos muy musicales en gran parte del tejido urbano de la
municipalidad por entre los barrios de muchas comunas.
Prácticamente el Festival Petronio, de forma
irreversible creaba una territorialidad contemporánea en la urbanística de la
cotidianidad cultural de Cali con el traspaso de las tradiciones y los valores
pacíficos que la oralidad iba creando desde importantes referencias
territoriales de las comunidades, con sus ventas de cocos, frutas, dulces,
restaurantes, comederos, juegos de dominó, parches de peluquerías, mojigangas
como si fueran enormes soportes de sus supervivencias y resistencias culturales
dentro de un mapa de imaginarios afros que iban declarando y reafirmando sus
libertades soñadas y alcanzadas.
El Festival Petronio era, es y será una mejor
forma de entender y comprender las religiosidades, la gastronomía, los hábitus
culturales, la movilidad social, las coreografías callejeras, las rondas
percutivas de los cununos, los bombos, “los guasás” y los arrullos alegres en
una procesión interminable que cantada y bailada va hasta los amaneceres más
sonoros e inigualables que hemos podido vivir y sentir.
Igual como dice y sugiere contundentemente el
antropólogo Rafael Pereachalá Alumá: “sólo un pueblo que tiene a la música como
el más preciado elemento de su etnicidad es capaz de hacer una fiesta con tan
soberbio derroche de alegría”[20], que en
el “sampacho” y sus multiplicadas fiestas, es más que evidente porque
ahora pueden estar en todo el territorio chocoano y transmigrar por los
territorios afro de está Colombia de entonces.
También lo era y lo fue en la resimbolizada Plaza
de Toros del río Cañaveralejo cuando lo describe este bello aparte literario:
“Un remolino de sonidos confundía en sus giros
rítmicos los clarinetes, bombardinos, violines, marimbas, cununos y guasás.
Todos son instrumentos pertenecientes a la tradición artística y cultural de
los afropacíficos, en el Sur-occidente colombiano. Para seguir el camino del
Petronio es necesario abordar esta ruta festiva, que comienza su travesía aquí.
En la calle, el río humano desemboca en un mar alborozado: la Plaza de Toros.
La fila progresa, interminable. Quienes lograron llegar temprano ya gozan en la
marea pacífica del Petronio. Otros se confunden en el torrente que fluye entre
las tascas, afuera. Tratan de disfrutar la fiesta a través de la repetición,
mostrada en las pantallas gigantes, del evento que bulle sobre el escenario. La
marimba inicia con su sonar de agua que golpea en la rivera de los ríos.
Caderas y pies le siguen el compás… el público canta. Ahora, la agitación de
los pañuelos blancos simboliza la entrada al júbilo interminable. Las
coreografías van tomando forma: japoneses, africanos, norteamericanos,
franceses y colombianos tratan de seguir las indicaciones imprevistas que hacen
los más aventajados en el ritmo. Entre tanto, los movimientos difíciles o
imposibles arrancan carcajadas a los inexpertos. Los cuerpos en éxtasis total
centellean energía y vigor. Vueltas, caminatas, saltos, brazos arriba y abajo
continúan al compás de los violines. Ésta será la ruta del Festival durante las
cuatro noches siguientes”[21].
O la desbordante experiencia de cambiar para
mejorar las cadenas productivas del complejo cultural en el novísimo y
reconstruido Estadio Olímpico Pascual Guerrero y en las afueras del Parque
Panamericano en el 2011, -donde se visualizaba un gran clúster de comidas,
artesanías y músicas, en desarrollo del complejo cultural del Pacífico-, donde
pensábamos se habría celebrado el currulao más grande del mundo, cuando un año
después en el 2012 surgió la posibilidad de un campo abierto –dentro de unas
antiguas canchas de futbol, en el último tapete verde del olvidado Hipódromo-
que fue el espacio que terminó por albergar la gran fiesta del Festival con
algo más de ciento veinte mil almas que incrédulamente se reunían en cada noche
para gozarse sin ninguna abstracción el Petronio como la celebración Homenaje
a las Cantadoras del Pacífico. Ellas las Madres Sonoras del Pacífico. Las cantaoras o cantadoras, que son la expresión
más viva de la permanente creación de la Memoria Ancestral y Tradicional de los
Cantos del Pacífico. Ellas son las portadoras de las tradiciones de las
fiestas y las festividades. Poseen maravillosas voces que pueden crear los más hermosos crisoles
cromáticos de la musicalidad autóctona del Pacífico. Su ser es depositario de
los saberes tradicionales de la medicina ancestral, de la gastronomía y de los
usos y costumbres de sus pueblos. Tienen la capacidad de su Memoria,
que está en el pulso enorme de sus creatividades porque su gracia,
humildad, picardía y sabor marcan las
claves rítmicas con los guasás para seguir favoreciendo la diversidad de las
polirritmias arrebatadas que saben perfectamente unirse a sus cantos
polifónicos. Ellas son el saber milenario del metrónomo natural que vino del
África. Ellas son el saber de los ararás, de los lucumís, bantús, ewes, oyó y
de la sumatoria de todas las etnias: que crearon la gran asentación de los
yorubas. Son sus voces la extensión maravillosa de sus
alegrías, de sus nostalgias, de las historias sociales, de las nuevas
resignificaciones, sentidos e innovadoras
exploraciones hacia donde nacen los futuros paradigmas de las músicas y
donde ellas son protagonistas en la historia contemporánea de una forma
arrolladora de asumir la vida con alegría y optimismo.
Las cantadoras son esos seres que mantienen vivos los cantos tradicionales
que a continuación describimos:
“Las músicas de marimba y los cantos
tradicionales del Pacífico Sur de Colombia que forman parte del patrimonio
cultural de los grupos afrocolombianos de los departamentos del Valle del
Cauca, Chocó, Cauca y Nariño.
Este arte musical combina las canciones de
mujeres (”cantadoras”) y hombres (”churreadores”) con el sonido de instrumentos
acústicos fabricados artesanalmente con materiales locales: madera de
palma de chonta para las marimbas;
madera y cuero para los tambores/cununos de sonido grave tocados con las manos;
y el bambú y las semillas de chuiras para las maracas. Las interpretaciones
musicales tienen lugar con motivo de la celebración de cuatro ritos: el
arrullo, el currulao, el chigualo y el alabao”.
Son tan variadas las formas de conocimiento de
las diferentes ritualidades del Petronio, que muchas veces estas
transmutaciones del simbólico capital cultural del Petronio, son el permanente
abrebocas para que exista un Comité Conceptual que se ha reunido para encontrarle
sentidos, nortes y explicaciones a esta plataforma simbólica por el cual se
reconoce en el mundo a las gentes hermosas del Pacífico colombiano, como
aquellas que hacen revivir el África con las músicas tradicionales que
posibilitan sus cantos, para que sea en
Cali donde se den efectivamente los circuitos de los procesos representativos encaminados a
los autodescubrimientos de la equidad, la inclusión, el autoestima, el sentido
de pertenencia e identidad donde con acciones concretas las diversidades y las
diferencias generan y traslucen matices, gustos, preferencias de una
importancia tan fuerte como las oportunidades para el diálogo intercultural
entre los pueblos étnicos y ancestrales que se asientan en el Pacífico desde
que llegaron del África.
O a la vez, el Festival Petronio pueda ser un
espacio social y simbólico para el desarrollo de una interacción de ritos y
creencias, hablas y tambores, bailes y rezos, abaniqueos y flexiones, flirteos
y chasquidos de pañuelos de colores, con sus zapateados y risas que parecieran
como ceremonias sacramentales impregnadas de unas fuerzas ancestrales y de unos
contenidos mágicos que conversan y hablan desde la Memoria de una polifonía
palenquera, cimarrona y raizal. Una pincelada enorme de esa plástica que pinta
los efluvios del alma pacífica y africana. Son los colores del manglar vivo,
lleno de las humanidades que hablan un
lenguaje universal y diferente.
Son la misma Memoria que ha aprendido el sentido
del ritmo, la tradición oral, la huella de las africanías, en una inconfundible
y acrisolada diversidad que hace un mestizaje étnico e intercultural donde
somos gemelos por el lenguaje y separados por las lenguas de las organizaciones
sociales y de las culturas de nuestros diferentes pueblos en el litoral recóndito.
Son la Memoria que es esa
matriz de la sociedad humana, “arcaica o moderna que permite decir que no hay
“una” que no tenga cultura, porque cada una es singular, “siempre hay la
cultura en las culturas”[22],
puesto que “la cultura no existe sino a través de las culturas”[23],
-desde la misma diversidad y la
pluridad de individuos-, puesto que “migran de una cultura a otra hasta poder
universalizarse” tal como lo explicó y afirmó Morín; porque estás expresiones
culturales existen y son para poder asimilarse y enriquecerse en el tejido de
las comunidades dentro de los territorios en las playas, en los guandales,
cerca de las casas palafíticas, en los esteros, y en los potrillos navegando
manglar adentro. Eso es lo que sucede
con y a través de las “Festividades y Celebraciones” del Festival Petronio, en
el Pacífico, en Cali y a sus alrededores y en el mundo cuando logran
sintonizarlo todas las gentes de sus colonias y los visitantes cada año que se
celebra esa cita con vida, con la música y con la pasión del alma Pacífica.
Por eso, es muy pertinente en el Festival,
propiciar unos procesos que puedan concebirlo como un diálogo cultural
permanente para que no se “minimicé y oculte la unidad humana que se ve en la
diversidad de sus culturas” y evitar que la consideren secundaria a la Memoria
ancestral, tradicional y musical. El arte es primordial en las sociedades
humanas, sus memorias igualmente. Es una cuestión fundamental que advierte el
maestro de la antropología moderna Claude Levi-Straus. En muchos procesos del
Petronio el arte es fundamental y consustancial con la creatividad humana de los pueblos Pacíficos.
El proceso del Petronio hay que concebirlo como
una unidad que asegura y favorece la diversidad. Una diversidad que se inscribe
en una unidad y eso es crucial porque la cultura mantiene la identidad humana
en lo que tiene de específico; mantiene las identidades sociales [como las del
Pacífico aunque estuvieron aparentemente encerradas en sí mismas para
salvaguardar su identidad que es algo bien singular en el transcurso del siglo
XX; pero, son una cultura de culturas que igualmente son abiertas, pues se
integran entre ellas con sus saberes y técnicas, ideas, costumbres,
alimentos/gastronomías e individuos provenientes de otras partes, con las asimilaciones
de otras latitudes que vienen con otros contenidos enriquecedores para poder
seguir siendo múltiples y terrenales como en un holograma que es Africano,
Indígena, Español y Oriental]. Ese es el genoma humano del Petronio, propiciado
por sus procesos interdependientes y mancomunados.
Ese es el sentido profundo del Festival, es
delirante y racional. Es empírico e imaginador. Es poético y palabrero. Es
lúdico y trabajador. Tiene las virtudes de la Fiesta, que se manifiesta como el
rito, como el afecto y la magia hasta alcanzar a ser una fiesta ritualmente
supersticiosa, sobrenatural, mística y mítica.
Habla desde el fervor popular y de ahí la alta
valoración que hay que darle al Petronio, que es siempre en muchos de sus
procesos internos, son siempre una nueva oportunidad para resignificar las
culturas diversas del litoral recóndito en un eterno diálogo intercultural de permanente
negociación social e intergeneracional, donde las comunidades pueden conversar
y hablar, como pensar por sí mismas.
Autodescubrirse y autonombrarse, redefinirse.
“El Festival de Música del Pacífico Petronio
Álvarez es un Currulao grande. El Petronio, es un Currulao gigante e
inmenso. Es una fiesta que se hace para celebrar la vida y la libertad de
los Afrodescendientes, pues es realmente un encuentro de los pueblos que se
reúnen para cantar, bailar y gozar al ritmo de las músicas de marimba y de los
cantos tradicionales” decía de forma vehemente y con mucha holgura, defendiendo
una y otra vez, con una visión antropológica, práctica, creativa y crítica
hacia una comprensión total, su creador el maestro Germán Patiño Ossa; él mismo
que le dio forma y vida desde el inicio del concurso con la estructuración
organológica-métrica-melódica y musical que le dio a las categorías de “Conjunto
de Marimba, Chirimía, Agrupación Libre y Violines Caucanos”; las que están
estructuradas no sólo como agrupaciones en modalidades diferentes sino como
“mediaciones simbólicas que propician el diálogo y el encuentro” a todo ese
infinito murmullo de voces que alientan el alma de los ciudadanos del mundo a
ser felices más allá de las ataduras del mundo del afán y la literatura Klinex
de la postmodernidad mediática, que se está borrando permanentemente, en los
Black Berrys, Tablets y WhatsApp.


El Festival de Música del Pacífico Petronio
Álvarez es tan entrañable como el mismo mar Pacífico que ahonda con su
musicalidad en la condición humana. El Festival profundiza en el despertar
colectivo una gran sensibilidad que apasiona y se autodescubre por la fuerza de
los ritmos que hacen mover a propios y extraños en una gran fiesta del cuerpo y
del alma. Es la cadencia étnica que habla por sí misma de su eterna libertad de
vivir y sentir el alma africana. Igual como “tener un sueño” como lo sostenía
Martín Luther King. Es tener un territorio con verdaderas condiciones de
posibilidad para los habitantes del litoral y lograr mejorar su calidad de
vida.
Es una fiesta que embriaga totalmente por la
fascinante calidez de sus expresiones artísticas y culturales. Es una fiesta
que nos hace trabajar colectivamente con el mismo amor que le tenemos a la
grandeza de estas culturas.
El festival es una fiesta donde se encuentran y
se respetan todas las etnias que en quinientos años no habían podido vivir este
proceso multicolor que está abierto al mundo desde la visión incluyente de un
diálogo interétnico e intercultural, como una reunión con la ancestralidad y la
tradición y la misma modernidad desde el referente de las musicalidades, la
creatividad y la innovación. Todas las literaturas de las oralidades
incorporadas en el espacio tangible de los cantos que conforman el cancionero
tradicional y popular del Festival Petronio.
El festival es un desafío en permanente
reconstrucción, como lo argumentaba Alejandro Ulloa Sanmiguel:
“De cualquier manera los procesos sociales y las dinámicas culturales
corren independientemente de nuestros deseos; pero los debates en torno a aquéllos y a éstas,
son convenientes para saber dónde estamos. Si las interacciones se han de dar,
como resultado del proceso, no podemos detenerlas, pero sí se puede mirar el
pasado y evaluar el presente. La historia de la música popular de América
Latina (incluida la del Pacífico) y el Caribe, es desde hace ya varios siglos,
una historia de fusiones e interacciones entre ritmos africanos y géneros
europeos, un encuentro desigual propiciado por la modernidad durante todo el
siglo XIX y comienzos del siglo XX. Conociendo bien la tradición y la historia
hay que involucrarse en una dinámica de búsquedas y rupturas, cultivando a la
vez el folclor típico, divulgándolo y enseñándolo, mientras se desarrolla
también la tendencia progresiva, experimental e innovadora que convergerá en un
producto nuevo de excelente calidad. Y con él, penetrar en la industria con profesionalismo,
entrar en el mercado pisando duro, tomarse la radio y la televisión,
proyectarse internacionalmente, conquistar el espacio mediático y ganar el
lugar que la región, la cultura y la música del Pacífico se merecen en el
concierto internacional del mundo globalizado”[24].
Ese es el desafío que tiene la organización del
Festival, pues el Comité Conceptual debe tener una mente abierta que asuma con
certeza y pertinencia el gran potencial cultural del Festival como el encuentro
de las identidades, de los esfuerzos, de las mentes creativas y de los
corazones eslabonados y enamorados de las músicas de Marimba y de los Cantos
Tradicionales del Pacífico. La verdadera representación colectiva del
territorio. Que pueda resumir y captar la magia de los pueblos en lo que
significa su religiosidad, la vitalidad de la magia de sus seres y sus gentes.
Se requiere comprender como la música y la danza
en el Pacífico y desde el África siempre ha abierto espacios de búsqueda a la
expresión humana. Comprender cómo propicia espacios de interacción y promoción
entre el sujeto, las comunidades y el medio ambiente que les rodea.
Comprender cómo la danza y la música hacen que el
ser humano tenga un encuentro consigo mismo y con los demás; son elementos
fundamentales en cualquier proceso educativo y de comunicación y esas son otras
de las grandes bondades del Festival, porque es un Festival que crea relaciones
y permite muchas posibilidades de expresión, cada coro, cada estribillo permea
la piel, explora en la sensibilidad, forja unas sensibilidades, se válida con
mensajes, con dichos, es dinámico, produce entusiasmo, es sinónimo de alegría,
se mueve con las manos, con el gesto corporal, potencia en el baile, el sentido
de la danza y la música.
La danza del Pacífico es una fuente de ideas para
la música, en tanto sus símbolos poseen figuras y significados que los músicos
interpretan como motivos para crear improvisaciones; le otorgan
representaciones corporales a los gestos, a las ideas, a los significados, a la
imaginación y los sueños que autodescubren como fueron las máscaras africanas,
cuando crearon una estética muy profunda de la que se deslinda en una plástica
renovadora para Picasso y donde se funde el Arte milenario de la Danza y la Música,
donde está “la pasión inescrutable de los artistas y sus sentimientos” como lo
descubría Paul Auster.
Es: “La manifestación del placer, el ingenio y el
encuentro de los espíritus” que refería Nancy Princenthal cuando algo nuevo
está en la mirada del Arte de las Danzas y las Músicas del Pacífico y lo
podemos vivir y redescubrir con el ritual de las comunidades al revivir la
fiesta para que se fundan la ritualidad con la
espiritualidad, al alcanzar a
transformar míticamente sus realidades
simbólicas.
Fundando muchos escenarios posibles en los que
existen una producción de informaciones que se circunscriben en lo que
llamaríamos la creación de un modelo propiciante de comunicación-participación
que facilita que exista una polifonía de
voces de los actores sociales del Festival Petronio, para que puedan realizar un “contrato de hablas, donde está
la comprensión de los textos culturales de las Fiestas” [que dice Habermas].
Esas expresiones festivas locales, subregionales, regionales y de nación, donde convergen las Fiestas como
escenarios lúdicos, como palabra, como Patrimonios Culturales que siempre pasan
por una elaboración de consensos, que
circunscriben a Las Fiestas en una verdadera y excepcional expresión de
nuestras culturas y donde por supuesto se corrobora cómo “todas las culturas
son un sistema de diferencias” tal como lo señaló efectivamente el antropólogo Claude Lévi Strauss.
El Festival es un ritual y una representación
sacra, una alegoría fundamental de la creación humana, por eso, es lo más
representativo del pasado, lo vital del presente y lo que se proyecta de las
comunidades en el Pacífico hacia el futuro de la Humanidad.
Las culturas vitales de los pueblos del Pacífico
logran crear una atmósfera contagiosa que es muy alegre y festiva. Es una
atmósfera redimensionadora que nos envuelve y alimenta a todos los que
asistimos a esta fiesta.
En cada oportunidad, en cada noche, pueden
estar miles de seres humanos, que bailan
y cantan con toda su alma unos coros eternos e inolvidables.
Ahora con los adelantos de las Tics, cada vez nos
permitimos crear nuevas ventanas de redes sociales que hacen llegar y mostrar
hasta el lugar más recóndito de la tierra: La gran Fiesta Afrodescendiente y
Mestiza del Petronio, -la que
consideramos para nuestros adentros-, como “El Currulao más grande del
mundo”, ese territorio soñado, libre, encantado, embrujado y definitivo,
donde jamás podremos olvidar el revivir del “gran Palenque” que creó el
Instituto Popular de Cultura con más de 200 parejas bailadoras haciendo
respirar nuestro aliento al ritmo de los currulaos más recordados del mundo,
para nuestra sensibilidad musical y tradicional.
En el Festival Petronio está el complejo
gastronómico, artesanal y manual del sabor, con las delicias afrodisíacas que
endulzan el paladar de los seres amantes y amadores de los frutos del Mar de
“Yenmajá que está en el inmenso Pacífico”; ese lugar de las comidas típicas que
es el proceso que ha permitido conocer su gran
legado gastronómico, sus productos tradicionales y las nuevas tendencias
de su cocina típica e internacional, que ya genera una enorme y más que
merecida redención económica en sus hacedores y hacedoras y a la vez, preserva
el arte culinario del Pacífico, gracias a “su extremada sabiduría que todavía preparan
las viejas cocineras...las que impartieron la bendición y derramaron el agua,
pues en algo o mucho aportaron en componentes y condimentos, en sazón y
sabiduría culinaria, con todo lo cual se ha obtenido esa peculiar fragancia y
el característico sabor, del que todavía son insuperables” como decía inconfundiblemente Eugenio Barney
Cabrera.
Recordaba Ninfa Aurora Rodríguez Mosquera
conversando con Juan Carlos Moyano Ortiz, que “ella apreciaba la sabiduría
botánica y la cestería de los noanamaes y los días calientes junto al fogón de
negras de la familia de su madre, donde las mujeres cantaban y bromeaban con
chismes y con historias sazonadas al calor de la palabra, factor sustancial de
la tradición profunda de los pueblos”.
Recordemos perfectamente que desde allí ya están
cimentados los clústeres de la renovada industria creativa y cultural, que por
ser enteramente gastronómica, artesanal y turística se presenta y se vuelve
como la más pujante oportunidad y posibilidad de la inmensa región Pacífica con
sus tradiciones, con sus empíricas y sabrosas recetas más saludables y exquisitas, que el mismo
chontaduro y el borojó o la leche de coco.
Ellas
tienen una amplia riqueza
culinaria portadora de herencias y secretos que con sus semejanzas y diferencias
con el Caribe, como
Saberes-Haceres-Sabores del Pacífico desde ese enorme e inagotable espiral que
viene de la matriz creadora de la madre África, cada vez más aparece en el
horizonte, se agiganta y se reclama con la más honda libertad para recrear las
verdaderas esencias entrañables del arte de la comida que son muy visibles, en
una atmósfera imborrable que nos marca y seduce en miles de fragmentos en
nuestros paladares como: Guiso de Jaiba, Sudado de Pateburro, Encocado de
Almejas en Camarón, Tamal de Piangua,
Sancocho Encocado de Pargo Rojo, Arroz Clavado de Queso, Sudado de Camarón,
Sancocho de Ñato, Seviche de Camarones con Chontaduro, Tapao de Pescado, Sudado
de Pescado Ahumado, Encocado de Cangrejo, Arroz Atollado con Refrito Pacífico,
Calamares al Ajillo, Langostino Encocada al Ajillo, Arroz Endiablado, platos
que poseen la mágica sazón de las preparaciones de los frutos del mar.
Son tiempos del arte milenario del cocinar “lo
crudo y lo cocido” que se da paralelo a los momentos del certamen musical,
también porque mientras esto sucede, en el ya instituido Complejo Cultural
Petronio, lo que se vive realmente, es una atmósfera inolvidable que en cada
canto, en cada poética de los temas que se cantan y se bailan, nos muestran a
propios y visitantes como está viva y presente una de las más ricas maneras de expresión artística como las
más propias de los pueblos Afros que han
creado estas culturas musicales tradicionales que se reúnen en torno del
Petronio.
Son los Coros Celestiales que reventaron nuestras
almas y nuestros tejidos, himnos del alma, y de la vida, que surgen de esas
entrañas donde aprendemos de memoria que seguimos creciendo con la esperanza en
un mundo mejor, que tenga acciones afirmativas de humanidad y humildad, de
grandeza espiritual y reconocimiento del Otro, para que pasemos por fin a vivir
Cien Años de Alegría en el país de la canela y los albaricoques, porque son
como los pretextos para seguir viviendo y poder contar la vida que nos toca en
cada estrofa, en cada tonada de un bordón que acompañe y refresque la Memoria:
“Somos pacíficos, estamos unidos”, ese canto de Choquitow, que se ha vuelto un arrullo desbordante que se repite y nos
deja unir en medio de todas las soledades con un espíritu muy grande y acogedor
que desea renacer más allá de la tragedia de la guerra: siempre pensando vivir con la gran posibilidad de la vida en
libertad gracias a la música.
Es y ha sido a través de estos diecisiete años
del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez que se ha consolidado como
un complejo proceso cultural que busca desarrollar, conservar y divulgar las
músicas tradicionales de la región, en el que se instauran unas novedosas e
innovadoras relaciones y unas prácticas sociales que desde la dimensión
simbólica y representativa de las culturas en la Cultura, son el eje
cohesionador del tejido social regional puesto que lo redimensiona pues crea autoestima, sentido de pertenencia, reivindica los
valores sociales y que son como parte consustancial de los enormes aportes de
la etnia Afrocolombiana en la reconformación cultural de la identidad nacional
colombiana.
El Petronio Álvarez, es un proceso de desarrollo
cultural que tiene su mayor expresión durante los cinco días de la competencia
de las músicas tradicionales. En él participan cientos de artistas que
provienen de todo el país y en especial como afirma con mucho conocimiento la
filósofa Noelba Gómez, una de las organizadoras artísticas, de la Fiesta eterna
del Petronio: “El Petronio es más que un Festival: es un encuentro familiar,
comunitario, musical y gastronómico; es una fiesta del país que convoca al
reconocimiento del extenso territorio del Pacífico”.
Las Cantadoras.
Por Luís Fernando Tasceche ©
|
Desde que tenemos memoria y empezábamos a
descubrir el sentido de las palabras al poder escucharlas: cantadas y habladas
por ellas en el mar Pacífico, fuimos oyendo de muchas gentes de uno y otro lado
que unas mujeres muy antiguas, ya tenían sus pieles untadas del tiempo por los
sueños de vivir cantando siempre durante noches irrepetibles e interminables.
Ellas habían hecho un pacto con la vida y las
músicas para que les aprendiéramos en cada momento que las volviéramos a
mentar, que si era posible cantar, bailar,
gozar, sentir, creer y crear en nuestra imaginación lo que a todos nos han recontado de generación en
generación: que allá en los bajos de los ríos que se adentran en los mares,
muchas de ellas, son el canto vivo de
las palabras, de los ritmos, las leyendas, los dolores, las alegrías y que
cuando empiezan hacerlo jamás terminan porque no saben: ¿cuándo comenzaron a
cantar?
A ellas todo les vino por esa tradición oral que
desencadenan las maneras de saber contar y tejer mitos como si ese hábito fuera
para hilar viejas ideas que tenían los contadores de historias, en medio de los
nuevos tiempos y porque un día, esas narraciones se inspiraron cargadas de las
temporadas de invierno y fiesta que traspasan a nuestros pueblos ribereños, igual como el artificio en el que ese bello
momento permite que pase el tiempo del uno al otro y que en últimas, es el
momento trascendente que es como un gorgojo mágico que tiene el día cotidiano
de la vida en esta tierra de los manglares y los esteros y que corre tan rápido
como es el instante. El instante del tiempo y de la memoria y la escritura
hablada que nace cantada y conversada por ellas en todas sus vidas.
Es imposible asirlo y se pierde en un espiral interminable. Así es el tiempo
de los cantos de las cantadoras, es ese momento en el que tampoco sabemos, si
es presente o se vuelve futuro y desde ahí,
para ellas jamás no saben
exactamente cómo fue que apareció, ni donde nació porque sólo pudieron verlo
volver al canto, igual como vuelve a la otra orilla, el ritmo de las olas,
porque ese es un juego infinito en la vida, porque cuando vuelve lo hace para
sólo regresar con las cadencias del agua, en ese repicar eterno que despierta
el aire entre las piedras, cuando una de ellas canta, en lo que llaman el rumor
del río arriba o de la vega del río hacia abajo antes de llegar al Océano del
Pacífico, vuelven y cantan por marejadas inmensas.
En esos espacios tan maravillosos, ellas se
inventaron el juego de jugar con los tiempos, para emprender el largo viaje de
los aprendizajes, con un juego sempiterno muy secreto que lleva anclada la
prosodia de los cantos polifónicos que
se alternan con los ritmos de los corazones de los ríos y los mares en todas
las expresiones maravillosas de la marimba y
en los que no se pierde nada sino que se canta, se baila y se hace la
danza para que sea música del Pacífico.
De esos amores y extrañamientos de ellas con sus
músicas, es que hablamos entonces. En sus cuerpos, nacen las palmas que agitan
el alma llena de esperanzas, para que cada noche sea un nuevo juego de otros
abalorios y fuegos del inmenso litoral. Sus cantos son los testimonios
perfectos de cada uno de sus territorios. En ellos se encienden las palabras
que tienen vivos los espíritus y sus almas benditas, en medio de alabaos y
arrullos.
Son los cantos rituales que vuelven de sus
memorias ancestrales como cuando empezaban los amaneceres a despertar en los
nuevos días de sus ribereños pueblos. Primero con un sorbito de café y luego
con un mochito cantado y después con un versito más largo y preciso y al otro día con un canto amatorio y sumatorio
de muchos mochitos y versitos, que iban enlazando con todas las palabras que
habían podido inventar en todas esas noches inmensas e interminables. Así
fueron apareciendo los cantos que hoy volvemos a revivir en cada berroche donde
nos encontramos a hacer los currulaos nuestros.
Así fue como empezaron ellas a cantar en cada
berroche donde nacían como los amores, cantando sin cesar cantos sin memoria
que se nos prendían a nuestros cuerpos para hacernos danzar como esos amores
que en las noches de jolgorio, son cantos profundos de allá dentro del alma
donde no nos conocemos ni nos olvidamos porque estamos hechos de sus esencias
etéreas, puesto que sabemos definitivamente que existen y de allá vienen los
cantos de esas barrigas llenas de griots y de espíritus, que vuelven a renacer
con los bellos estertores que pujan un día como hijos inmensos y que uno no
puede detener porque son los partos eternos de cantos que vienen con uno que
otro mochito cantado, repetido, tejido y que están cargados con esa sangre
caliente que ama, que baila, que canta, que siente, que llora, que vive y que
ríe: “porque nosotras, -cuentan ellas, con ese dejo cargado de memorias-
cantamos lo que el alma llora, cantamos del refugio transparente de esos
tambores que braman apenas el tamborero repica el “alegreo” sobre sus cueros
como si viniera del infinito de los siglos,
porque tienen lo que sus cueros tristes no olvidan”: la alegría de cantar
y seguir cantando.
Recuerdan ese grito ancestral que habla de
“repica ese cuero y rompe los cueros tumbador que este chivo quiere tambó”.
Argumentan con sus gestos y sus acentos:
“Nosotras, somos ese hechizo triste que a veces tiene los tiempos de las
anunciaciones de los Orishas que enseñaron los patakíes de las historias donde
se encerraban los mitos y cantaban los dioses de siempre, los mismos que
contaban de los orígenes para que los límites de nuestros mundos le hablen a
las otras soledades de los hombres, ya que nos inventaron como las
máscaras en la tierra de nuestra madre África, igual como el habla eterna de
los pueblos”: haciendo esa alquimia “donde resuenan las marimbas de chonta y
los tambores ancestrales…Cuando se canta hasta la melancolía se vuelve dicha.
En el Pacífico las mujeres adoban los alimentos con canciones, y de las
cocinas, a veces, salen gratos olores y hermosas voces de ninfas afroamericanas
nacidas con el don de la música y la culinaria. Son como Ninfa Aurora que se
iba cantando todo el tiempo y andaba con un carbón para escribir letras y
palabras, que veía en los anuncios.
Reproducía números y letreros en papelitos y preguntaba por el significado y lo
grababa en la memoria. Era el interés de conocer, por cuenta propia, por gusto,
por instinto por avidez personal y cuando tenía tiempo libre, Ninfa escribía y
dibujaba y no dejaba de cantar, como ahora, en ese Barrio de Santa Cruz, donde
le escucharon por las calles de la Pila, cantando: “espejito compañero, mírame,
que triste estoy…” y poco a poco, fue rescatando de su prodigiosa memoria
quilombera ese paisaje emocional, con el anzuelo de la voz, profunda, con
aquellas sílabas que van armando una frase y una tonada para volverlas a
tararear con el mismo regocijo y nostalgia, conque aparecieron en su voz nasal,
en su voz ronca, que tiene el almizcle rítmico del sentido musical, la frescura
de las niñas y la maravillosa gracia de la infancia con que puede libremente
transmitir la sabiduría instantánea de los sonidos de los instrumentos y las
palabras, porque ella es capaz de hablar de cosas trascendentales y sigue
siendo a la vez espontánea y alegre, tan vital como su experiencia existencial
de suspirar y reír y componer una canción al camarón en ritmo de juga y darle
ese sabor Pacífico: “Yo le ví la barba al camarón…viene el camarón…con el ojo
rojo…el camarón…el camarón…el camarón”, el mismo camarón que buscaba cuando la
marea bajaba en los charcos de agua que se formaban en los bajos de arena del
inmenso litoral, porque le despertaban una curiosidad inmensa y le parecían
extraños, los atraía, les echaba migas de pan y de arroz, los veía moverse y
les veía esa coraza colorada que los recubre, las patas y los ojos, hasta que
los cogía, los observaba, los despresaba y los alistaba para luego prepáralos, como un fruto del mar, a
los que les cantaba y nombraba, con las mismas tonadas y líneas musicales y las
mismas bases rítmicas y pegajosas, que su voz memoriosa, sabedora, palabrera,
entusiasta, desbordante ha tejido con la misma cualidad con que se inventa
aquello que luego fácilmente, vamos a repetir, con el recuerdo de sus artes y
sus expresiones de esa memoria cuajada en la historia cultural del Litoral
Pacífico como buena parte de las composiciones que existen en la medida que son
músicas que se repiten y se reiteran y se quedan en el aire” y se conjugan y se
repiten en la vida cotidiana de las fiestas del Festival Petronio.[27]
Sus cantos son esa obra maravillosa que nace en
el mismo murmullo salvaje de esas libertades que todavía se buscan en la
medianía de las lunas ciegas que en los montes de esta tierra, nos dejan sin
rastros y con las memorias herrumbrosas de los juegos de abalorios de todas las
encrucijadas del día en que unas
“chuanas” sin vigilia y unos tambores enamorados cruzaron los horizontes en el
más allá de los paradigmas, con la fuerza incontenible de los Orishas con los
que venían en cada uno de los pesanervios de la embriaguez de estos muertos que
vuelven a renacer en cada canto y en cada memoria hechizada y transmigrada.
“Nosotras, arrullamos todas las harturas del
oprobio esclavista con la gracia de cada sombra cimarrona que iba desnudando en
la piel enamorada de los labios de cada una de las cantadoras que
portamos, porque ya estábamos preñadas
de sus alientos y los gracejos de los bogas que descubrieron el viento libre de
cada canto nuestro, como cuando descubríamos que podíamos enamorarnos de sus
fuerzas y sus libertades”.
Ellas nacieron de ese lugar inmortal donde nacen
los milagros: el mar y su oleaje cantado, versado, armónico y sonoro: el Currulao!
Ellas se inventaron el caudal de nuestras
culturas Caribe y Pacífica, con sus memorias, sus cantos y con todas sus variantes propias y con esos
ritmos que hoy ocupan un lugar en el mundo, haciendo todo un movimiento
alrededor de las músicas que expresan esas identidades y tienen las raíces
primigenias del África, que son las mismas que al nacer y crecer son las
patrias originarias, porque atraviesan como topos fundacionales de las
palabras, con sus paisajes emocionales, son ese habitad y ese ethos con el que
se carga el inconsciente de todos nosotros, creando y recreando, el mismo aire,
el mismo río, la misma profundidad de nuestras almas y de nuestra condición
humana, en la que encontramos la embriaguez y la lucidez que muchas veces puede
ser ritual y oral como una gran fiesta verbal de alta sensibilidad por aquello
que sentimos, pensamos y se nos revela con la misma gravidez con que nacen las
nuevas palabras de la vida y la libertad.
Ellas son las que le ponen con sus almas, el
aliento de la vida en las sonoridades de sus cantos, en el soplo de los
vellones sagrados de las Ceibas y los Irokos para contagiar al mundo de ritmos
vernáculos, con los que es posible que vayan cambiando el valor de las palabras
y las cargaron de nuevos significados simbólicos, con fraseos sencillos,
elementales, haciendo músicas sencillas muy pegajosas, que podían aprenderse
como el amor y sus elementales fuerzas, que nacen con el mismo fulgor de los
mediodías y los estertores de la
juventud para que aparezcan en los planos sonoros de las armonías, para que nos
tomen muchas veces, nuevamente y sean como esas sensaciones amadas que cuando
se despiertan, se toman las memorias de los cuerpos, como músicas que cruzan
por la sangre, por la piel, por la boca y las cantamos para que nos abracen con
sus atmósferas, indefinidas y consumadas, palpitando con su rumor a tomarnos
con esa energía inmortal del universo.
¿Qué son las historias de vida?
|
Son una
diversidad de relatos y formas narrativas que acompañan a cada uno de los
cultores de las músicas de Marimba y Cantos Tradicionales en el Pacífico. Son sus
historias, sus radiografías espirituales, sus apasionamientos más reveladores,
donde se cruzan los acertijos que tienen las verdades que siempre han vivido y
que querían contar, en el trasmallo, en el potrillo, en el portón del buen
recuerdo, en la cruce de la ensenada, más allá de la entrada de algún manglar
donde se pueden esconder los pasados y vivir los presentes. Son el
testimonio que más se acerca a sus prácticas culturales, a sus oralidades, a
sus hábitos, a sus maneras de hacer las
comidas y cantarlas, a sus creencias, a sus mitos, a ese enjambré de
creatividad que ancestralmente viven los pueblos ribereños y costeros del
Pacífico. Son las historias vivas y vividas que
mantienen en su transcripción técnica las prosodias de cada uno de los actores
sociales presentes en los textos de las entrevistas, que superaron las
conversaciones y alcanzaron el ritmo de la profundidad.
Son sus medianías, sus mediaciones con
el mundo y con el hábito de saber contar lo que han vivido como seres
ciudadanos del mundo.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
[1]
Como lo anota Argemiro Cortés B. en el
texto Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez: Patrimonio Cultural de
Santiago de Cali, en una publicación de Alcaldía Santiago de Cali, 2009.
[2]
Texto citado en las “Memorias de una fiesta pacífica, acerca del XIII Festival de Música del Pacífico
PETRONIO ÁLVAREZ, Compilado y dirigido por Carolina Romero Jaramillo © como una
publicación de la Alcaldía Santiago de Cali, en el 2009 y cuya impresión fue
realizada por Feriva S.A.
[3]
Rebeliones y lucha por la libertad de Gustavo I. de Roux, Cali, 2012.
[4]
“No hemos podido tener una mirada clara ni siquiera del Caribe, mucho menos
respecto al Pacífico. Tanta ha sido la
ausencia de una conciencia sobre el Pacífico, que se le llamó el “Litoral
Recóndito” y continúa siendo el Litoral Recóndito… sigue siendo una tierra
desconocida. Y no porque no estemos todos los días allá, sino porque nos
limitamos a creer que son tierras ausentes del desarrollo de la cultura
universal, y es todo lo contrario.” Conversaciones
con Manuel Zapata Olivella, realizada por Darío Henao en la revista Pacífico
editada por la Universidad del Valle, © 2001.
[5]
Las costas del Pacífico hacen parte de las zonas costeras, -que son los lugares
donde el continente se une con el mar- e insulares del país comprenden doce
departamentos: 8 sobre el Mar Caribe (Archipiélago de San Andrés, Providencia y
Santa Catalina, Guajira, Magdalena, Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba y
Antioquia) y 4 en el Pacífico (Chocó, Valle
del Cauca, Cauca y Nariño). En estos departamentos se ubican los 47 municipios
costeros e insulares en el país, los cuales ocupan el 7% del territorio
continental nacional (68.357 Km2). Las zonas costeras concentran el 10% de la
población del país, y cuentan con una riqueza étnica y cultural representada en
la población mestiza, indígena, afrocolombiana, negra, raizal y palenquera que
las habita. Para mayores detalles consultar DNP (2007). “Visión Colombia II
Centenario. Aprovechar el territorio marino-costero en forma eficiente y
sostenible”.
[6]
Mí Pacífico, Décimas de Mar y Realidad
de José Baltazar Mejía, Cali, enero de 1994, esta décima data de Junio 13,89.
Las décimas son unas formas poéticas que son provenientes de España y constan
de 10 versos octosílabos que tienen una rima obligada según la siguiente
estructura: primero, cuarto y quinto versos, segundo y tercero, sexto, sétimo y
diez, y octavo y noveno. Son muy cultivadas en el Caribe y en el Pacífico. José
Baltazar como médico, cantautor e intérprete de la música folklórica latinoamericana,
encontró en la décima la forma apropiada para hablar de ese mundo mágico,
“irreal” que desborda las realidades y que los portadores de la palabra como
los bogas logran desnudarle el aliento para capturar con el lenguaje las formas
diferentes de hablar y sentir de sus comunidades.
[7]
Los palenques fueron bastiones a través de los cuales los cimarrones lograron
institucionalizar la resistencia a las imposiciones del régimen esclavista. En
el siglo XVIII los palenques se situaron a lo largo de los valles formados por
los ríos Cauca y Magdalena y se extendieron, pese a la severidad de las penas
que se les imponían a los fugitivos cuando eran recapturados y a su persecución
sistemática, por casi toda la zona esclavista de la Nueva Granada. Algunos se
constituyeron en verdaderas matrices para el desenvolvimiento de sociedades
relativamente autárquicas, con códigos y regulaciones propias para normar las
relaciones sociales, hacer justicia y organizar la vida en comunidad;
verdaderas poblaciones que albergaban más de un centenar de libertos y
fugitivos que preferían la muerte antes de regresar con sus amos. Del trabajo
Rebeliones y lucha por la libertad de Gustavo I. de Roux, © 2012.
[8]
Los Afrocolombianos Frente a los ODM, los Objetivos de Desarrollo del Milenio,
es un estudio financiado por el PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL
DESARROLLO PNUD en el que participó Gustavo de Roux como Investigador
principal, con el apoyo de un EQUIPO DE
INVESTIGADORES conformados por Andrea Tague Montaña –Género, Carlos Acosta
Aponte –Asesoría Estadística,
Carlos H. Fonseca Zárate –Sostenibilidad Ambiental, Carlos Jorge Rodríguez
Restrepo –Salud, Clara Realpe –Apoyo Estadístico, Daniel Mera Villamizar -Educación, Lucía Mina Rosero
–Pobreza; registrado en el ISBN: 978-958-8447-64-3y fue hecho su DISEÑO E
IMPRESIÓN por www.codice.com.co en el ©
2012.
[9]
Esfuerzos constitucionales y postconstitucionales realizados desde lo público
para clausurar la brecha de Gustavo I. de Roux, © 2012.
[10]
Ob. Cit. Pág.11.
[11]
Ob. Cit. Pág. 11.
[12]
La Deshumanización del Afrodescendiente: el punto de partida de Gustavo I. de
Roux, © 2012.
[13]
Ob. Cit. Pág. 11.
[14]
Cartilla de Iniciación en músicas tradicionales del Eje Pacífico Norte, Al son
que me toquen canto y bailo, Autor: Leónidas Valencia Valencia, Asistente de
investigación: Ana María Arango, Asistente pedagógico: Luis Enrique Valencia
Valencia; Plan Nacional de Música para la Convivencia, Calle
11 N° 5 -16 Bogotá, D.C. – Colombia, Teléfonos (+571) 2435316 - (+571) 2818840,
plandemusica@mincultura.gov.co, www.mincultura.gov.co, Primera edición, 2009 ©
2009, Ministerio de Cultura, ISBN Obra completa: 978-958-8250-15-1, ISBN
Volumen 4: 978-958-8250-65-6.
[15]
Ellos
son los depositarios de las tradiciones ancestrales y tradicionales. El griot,
es el portador de las historias orales y cantables, que según Francis Bebey: "El
griot de África Occidental es un trovador, la contraparte del juglar medieval europea...
El griot sabe todo lo que está pasando ... Él es un archivo viviente de las
tradiciones de la gente ... Los talentos virtuosos de los griots comando
universales admiración. Este virtuosismo es la culminación de muchos años de
estudio y trabajo duro bajo la tutela de un profesor que es a menudo un padre o
un tío. La profesión de ninguna manera es una prerrogativa masculina. Hay
muchas mujeres griots cuyo talento como cantantes y músicos son igualmente
notable. ", que en su libro “La música africana, el arte de Un Pueblo”,
explora una hermosa caracterización del ser africano.
[16]
Ob. Cit. Anteriormente.
[17]
El Festival de la Marimba y la música del Pacífico, Saturnino Nino Caicedo
Córdoba, Secretaría de Cultura y Turismo, Gobernación del Valle del Cauca, ©
2008; Pág.16 y 17.
[18]
Esta vez en el 2013, se llevará a cabo en septiembre por la celebración de la
Cumbre Mundial de Alcaldes Afro que se reunirán en Santiago de Cali.
[19]
MORÍN, Edgar, Los siete saberes de la Educación del Futuro, París, © 1999.
[20]
PEREACHALÁ Alumá, Rafael, Las Fiestas Franciscanas de Quibdó “Fiestas de San
Pacho”, publicado por la Fundación BAT Colombia e Intermedio Editores, Colombia
de Fiesta. A propósito de sus 81 Fiestas Franciscanas de Quibdó en Homenaje al padre Nicolás Medrano su
fundador.
[21]
Por el camino del Petronio… Por la ruta…del XIII Festival de Música del
Pacífico Petronio Álvarez Memorias de una Fiesta Pacífica afuera, pág.27, 28.
[22]
MORIN, Edgar, OB. Cit.
[24]
Ulloa,
San Miguel, Alejandro, La Música del Pacífico Colombiano: Entre el folclor
tradicional y la música popular contemporánea; Págs. 17-25; revista cultural de
la Facultad de Humanidades-Univalle. Número 1-Agosto de 2002, Monográfico
especial en coedición con la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali, Administración
John Maro Rodríguez, siendo Secretaria de Cultura la Dra. María Victoria
Barrios de Gómez. ISSN 1692-1011 con la Dirección Editorial de Víctor Mario
estrada y Darío Henao Restrepo.
[25]
Benet, Tazao, La comida un bien hecho para diferenciarnos por sus sabores,
2011.
[26]
Garcés, María Antonia, La cocina como elemento fundamental de la cultura, sobre
el libro “El Fogón de Negros” de Germán Patiño, diario El País de Cali, 1ro de
febrero del 2015.
[27]
MOYANO, Ortiz, Juan Carlos, Ninfa Aurora Rodríguez Mosquera o la persistencia
de la vida, , Pacífico Sur, revista cultural de la Facultad de Humanidades,
Univalle, No. 1, agosto de 2002, monográfico especial en coedición con la
Secretaría de Cultura y Turismo de Cali, ISSN 1692-1011
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