lunes, 25 de enero de 2016

Prólogo a las escrituras en tiempo de clave.

Prólogo a las escrituras en tiempo de clave.

Esta escritura tiene la memoria de un tiempo en el que hemos tratado humildemente de  ser fieles a la imaginación: viviendo esa dualidad de poder ser periodista y escritor de músicas.
Algo así como un pescador que hace pesquisas infinitas con muchos amigos que juegan en una Rayuela nocturna en donde la golosa siempre es la música, con su palabra, con su danza, con los dichos y decires de un “ghetto latino”[1] que se entrelaza en muchos espirales con la memoria sagrada del aña del polirritmo de los tambores de una percusión afrocaribeña infinita.
Así, en medio de esta evolución de las estéticas de la música y la danza también está la pequeña tragedia de intentar ver el mundo e ir alimentando un mar de dualidades y tensiones cuando se escribe desde la pasión y la racionalidad. Están mis viejos, Lucio y María que fueron colaborando con sus complicidades desde el cálido y sencillo lenguaje de sus seres, que les permitía tener el alma musical de serenateros y haber podido unir su juventud con una bandola que pudo aplicarles el eterno amor por los bambucos,  los pasillos, los porros, las cumbias y los boleros para poder hacerse  a unas declaraciones de amor entre las ventanas prohibidas del antiguo barrio fundacional de San Antonio en la Cali de los cuarenta, mientras se abrazaban a la distancia y las letras dejaban huellas imborrables.
Está la radio que perfectamente realimenta esas dualidades y esa tensión de aprender de ella, que sus mediaciones nos confrontan con las tras bambalinas de la realidad y sin embargo, poder tener identidad con uno mismo o poder ser otro cuando el Caribe es una transportación poética hacia otros lares y otros mundos oníricos posibles.
Está la radio que alimenta el Otro, que igual  alimenta las dualidades de uno y de otros en una multidimensionalidad en la que se puede tener identidad y se puede ser Otro o lo mismo de uno en cada uno de los que cantan y bailan, tan pasionalmente como aman y se desenamoran.
Está el Bar de William con la Sonora Matancera, el Benny, Celina y Reutilio, Joe Quijano, los Palmieri, Richie y Bobby, con toda la Fania y el abrazo de las cómplices que enamoradas entonaban el sabio canto que sus cuerpos inspiraban al danzar las canciones de esos poemarios de la pobrecía que sabían iluminar al mágico Catalino Tite Curet Alonso y muchos más Quijotes del mar Caribe.
Está la voz enorme y poética que con su canto inmortal y a manera de interludio nos decía:
“Oye la voz serena,
La voz profunda óye
De Bach –añosa encina,
Inmensurable selva, órgano él mismo y templo
De la harmonía-:
Tú, sereno y profundo”.
Suite de la Luna negra, León de Greiff.

Está “la voz de unas canciones y unos cantos exuberantes, pequeñas sortijas de abalorio que nos mecen entre el misterioso delirio y sus líbidos decires como si fuéramos peces en su mar sonoro!”, con la misma entonación de la que nos hablaba Ten-Shi-so en la Almadía de los Amaneceres… allí mismo cuando ya la noche había cosechado sus frutos con la palabra embriagada de las cosas sencillas que están rondando los sueños, las ilusiones, los afectos, las pasiones y esas quimeras de las afinidades y sus posibles conjugaciones sagradas que emigran en revelaciones que hablan de la música y sus músicas, de relatos, consejas y proverbios, leyendas callejeras de barrios y del barrio en nuestra calle donde la esquina tiene el valor de aguantar nuestros propios orígenes y eso que la música  como el lenguaje universal es el que mejor interpreta nuestras pasiones, porque la música es como su metáfora pues transporta emociones, amores, vivacidades, lejanías y cercanías…es como el móvil que teje la urdimbre de la imaginación visible y audible de la humanidad.
Está pues la música que nos pertenece y atañe como  una especie de poética sonora de la humanidad que es uno de sus lugares y espacios más transparentes, en los que podemos caminar, andar y volver cantar y decir con Yehudi Menuhin lo que él se digna a considerar que es “creer que la música habita el corazón de todo ser humano” pues esta naturaleza es la que le permite a la música ser ante todo diversa y múltiple como lo es la Salsa, su Caribe y su Pacífico.
Está también ese deseo de hablar, escribir y conversar sobre música que es como adentrarse en un inmenso bosque sin salida porque siempre se tiene la sensación de estar en un hermoso laberinto que fascina y vive conmoviéndonos a cada hora e instante pues  nos permite perdernos en sus sendas  y donde aprendemos a soportar el intercambio de su mar oteante que muta y trasmigra con sus tejidos sonoros el alma y los vestigios de que hemos vivido y padecido una infinita melomanía que acompaña fielmente hasta siempre.



[1] Este texto está entre comillas porque el popular “Chicho” lo popularizó en las barras de los sitios nocturnos mientras departía con los asistentes su disciplinado saber musical hasta que lo oficializó en una Página Web. Chicho es un diseñador colombiano que vive en Europa.

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