Prólogo a las escrituras en tiempo de clave.
Esta escritura tiene la memoria
de un tiempo en el que hemos tratado humildemente de ser fieles a la imaginación: viviendo esa
dualidad de poder ser periodista y escritor de músicas.
Algo así como un pescador que
hace pesquisas infinitas con muchos amigos que juegan en una Rayuela nocturna
en donde la golosa siempre es la música, con su palabra, con su danza, con los
dichos y decires de un “ghetto latino”[1] que
se entrelaza en muchos espirales con la memoria sagrada del aña del polirritmo
de los tambores de una percusión afrocaribeña infinita.
Así, en medio de esta evolución
de las estéticas de la música y la danza también está la pequeña tragedia de
intentar ver el mundo e ir alimentando un mar de dualidades y tensiones cuando
se escribe desde la pasión y la racionalidad. Están mis viejos, Lucio y María
que fueron colaborando con sus complicidades desde el cálido y sencillo
lenguaje de sus seres, que les permitía tener el alma musical de serenateros y
haber podido unir su juventud con una bandola que pudo aplicarles el eterno
amor por los bambucos, los pasillos, los
porros, las cumbias y los boleros para poder hacerse a unas declaraciones de amor entre las
ventanas prohibidas del antiguo barrio fundacional de San Antonio en la Cali de
los cuarenta, mientras se abrazaban a la distancia y las letras dejaban huellas
imborrables.
Está la radio que perfectamente
realimenta esas dualidades y esa tensión de aprender de ella, que sus
mediaciones nos confrontan con las tras bambalinas de la realidad y sin
embargo, poder tener identidad con uno mismo o poder ser otro cuando el Caribe
es una transportación poética hacia otros lares y otros mundos oníricos
posibles.
Está la radio que alimenta el
Otro, que igual alimenta las dualidades de
uno y de otros en una multidimensionalidad en la que se puede tener identidad y
se puede ser Otro o lo mismo de uno en cada uno de los que cantan y bailan, tan
pasionalmente como aman y se desenamoran.
Está el Bar de William con la
Sonora Matancera, el Benny, Celina y Reutilio, Joe Quijano, los Palmieri, Richie
y Bobby, con toda la Fania y el abrazo de las cómplices que enamoradas
entonaban el sabio canto que sus cuerpos inspiraban al danzar las canciones de
esos poemarios de la pobrecía que sabían iluminar al mágico Catalino Tite Curet
Alonso y muchos más Quijotes del mar Caribe.
Está la voz enorme y poética
que con su canto inmortal y a manera de interludio nos decía:
“Oye la voz
serena,
La voz
profunda óye
De Bach –añosa
encina,
Inmensurable
selva, órgano él mismo y templo
De la
harmonía-:
Tú, sereno y
profundo”.
Suite
de la Luna negra, León de Greiff.
Está “la voz de unas canciones
y unos cantos exuberantes, pequeñas sortijas de abalorio que nos mecen entre el
misterioso delirio y sus líbidos decires como si fuéramos peces en su mar
sonoro!”, con la misma entonación de la que nos hablaba Ten-Shi-so en la
Almadía de los Amaneceres… allí mismo cuando ya la noche había cosechado sus
frutos con la palabra embriagada de las cosas sencillas que están rondando los
sueños, las ilusiones, los afectos, las pasiones y esas quimeras de las
afinidades y sus posibles conjugaciones sagradas que emigran en revelaciones
que hablan de la música y sus músicas, de relatos, consejas y proverbios,
leyendas callejeras de barrios y del barrio en nuestra calle donde la esquina
tiene el valor de aguantar nuestros propios orígenes y eso que la música como el lenguaje universal es el que mejor
interpreta nuestras pasiones, porque la música es como su metáfora pues
transporta emociones, amores, vivacidades, lejanías y cercanías…es como el
móvil que teje la urdimbre de la imaginación visible y audible de la humanidad.
Está pues la música que nos
pertenece y atañe como una especie de
poética sonora de la humanidad que es uno de sus lugares y espacios más
transparentes, en los que podemos caminar, andar y volver cantar y decir con
Yehudi Menuhin lo que él se digna a considerar que es “creer que la música
habita el corazón de todo ser humano” pues esta naturaleza es la que le permite
a la música ser ante todo diversa y múltiple como lo es la Salsa, su Caribe y
su Pacífico.
Está también ese deseo de
hablar, escribir y conversar sobre música que es como adentrarse en un inmenso
bosque sin salida porque siempre se tiene la sensación de estar en un hermoso
laberinto que fascina y vive conmoviéndonos a cada hora e instante pues nos permite perdernos en sus sendas y donde aprendemos a soportar el intercambio
de su mar oteante que muta y trasmigra con sus tejidos sonoros el alma y los
vestigios de que hemos vivido y padecido una infinita melomanía que acompaña
fielmente hasta siempre.
[1] Este texto está entre
comillas porque el popular “Chicho” lo popularizó en las barras de los sitios
nocturnos mientras departía con los asistentes su disciplinado saber musical
hasta que lo oficializó en una Página Web. Chicho es un diseñador colombiano
que vive en Europa.
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