jueves, 17 de marzo de 2016

Con Gabo descubrimos el alma Caribe que portábamos.

Con Gabo descubrimos el alma Caribe que portábamos.
Pudimos palpar entre nuestras pasiones que estábamos compuestos de una cierta ciudadanía cultural que nos abrigaba tanto que podía hacernos diferenciar de todo aquello que suponía tener una cierta cultura innovadora que le ofrecía al mundo ese optimismo en la vida con eso que llamamos inventarnos la alegría con las músicas del alma y del espíritu.
Eran y son esas páginas de églogas musicales  de unos territorios cargados de una cierta magia redentora, que hablaban a cada instante que podíamos expresarnos, porque eran escrituras para casi enloquecer a quiénes la disfrutamos al leerlas  y evidenciarlas, cuando caminamos y podíamos escuchar esas prosodias marcadamente nuestras que estaban escenificadas en los capítulos y en muchas de las páginas del primer García Márquez. 

Era el dominio casi preciso de saber que había que descubrir culturalmente que nos asombraba más en medio de esa niñez irreparable que ha sido la patria de una nación colombiana, fragmentada por una terrible y lapidaria violencia de ene mil cabezas que ha justificado que seamos capaces de murmurar, sí hemos tenido Estado o sí, el que tenemos hay que reinventarlo nuevamente para que pueda ser capaz de cumplir al fin con los que hemos nacido en las entrañas de este maravilloso espacio biogeográfico y territorial tan diverso y rico.


Fiel a sus cuestiones más entrañables, Gabo jamás dudo un minuto en recobrar ese inventario de posibilidades para que algún día pudiéramos encontrar un espacio para reconocernos y dejar de estar en esa fiesta interminable de la guerra, que nos arrancó la eterna posibilidad de compartir con hospitalidad y cierta felicidad, esta tierra colombiana que tantas vidas nos  ha costado porque no hemos sido capaces de aprender a escucharnos sin tener que derrotar al otro hasta desaparecerlo, como lo demuestran unas cifras absolutamente desgarradoras y terribles.

En ese aspecto tan simple, la cultura caribe nos fue enseñando en cada micro-región  de su entrañable costa  sobre el mar atlántico, que había células culturales que definitivamente eran irreemplazables porque fueron resistiendo todos los embates de las modas y la superficialidad del mundo imbatible del consumismo, porque siempre ellas se reinventaban con el mismo furor con que son pintura, poesía, música o simplemente la manera eterna de contar las cosas y enrredarlas con las palabras cargadas de esa expresión hablada que dice con el mismo acento con que se pronuncia: "¡Ecchee no joda, mi hermano!".

Por más que esas células del ritmo, de la prosodia, del afecto con corazón de sombrero vueltiao, flauta de millo, gaita, acordeón, abarcas, mochila, hamaca, pollera, y pañolón, las calificaran de las eternas "corroncho-identidades del folklor costeño", que poco a poco, fueron ganándose sus espacios en los hogares y las vidas de muchos colombianos de diferentes regiones hasta lograr generar una multiplicidad de pequeñas identidades, fundadoras e irrepetibles que podían ser albergadas en los hogares más disimiles de todo el territorio nacional e internacional, como parte de un Museo Itinerante de lo que es la Costeñidad Caribe, como el Nuevo Arte Kitchs propio y multicolor.

Esas certezas simbólicas que  fueron sistematizando una memoria inigualable que se adentró en los confines de las culturas del mundo para mostrar un apostillaje imborrable de lo que era la gran nación caribe de Francisco El hombre y Aureliano Buendía.

Una nación reinventada en Cien Años de Soledad porque pudo escribirla con la misma pasión como cuando trazó su primer verso y su gran respuesta a ese intento por comprender esa realidad embrujadora que podía llamarse Aracataca pero que recibió el inmortal nombre de Macondo.



El mismo nombre que fue grabándose en la memoria de millones de lectores que quedaron seducidos por la magia de un realismo mágico del que no tenía memoria la literatura universal desde el nacimiento del Quijote de la Mancha.
 
Con su creación quedó asegurada la más bella prospectiva de una tierra cultural que sólo vivía de la oralidad y de su fiesta eterna de bailar, cantar, danzar y enamorar los corazones de las mujeres que como Remedios la Bella, dejaban impactados el alma de los seres que habían venido a esta existencia terrenal, a reelaborar su propia vida con cantos y pregones que el vallenato supo cuajar en la cadencia de sus melodías, mucho antes que nacieran exhalados en los cuerpos de los enamorados horadantes de esos tiempos de cólera y amor; para que mucho tiempo después, sirvieran de pretexto y se prendieran unas parrandas sibaritas e infinitas, al escuchar nuevamente sus cantos festivos que luego sucedieron al origen de  sus propios festivales en cada lugar de esa costa poetizada por cantores analfabetos, que cuajados por una lírica experimental y muy sencilla, fueron ganándose los corazones de los alquimistas del amor por toda la extensión de sus territorios. 



Tanto fue su amor descomunal por el acordeón que cuando lo escuchaba se le arrugaba el sentimiento, inclusive a pesar de ser “alemán” y ser modificado criollamente para que pudiera sonar con los glisados costeños, él con el acertijo presajiante de su prosa e inventiva le dio carta de nacionalidad costeña y colombiana, porque se dio el poder de declararlo “que entre nosotros”, “se ha incorporado a los elementos del folklore nacional” al lado de las gaitas y tamboras costeñas, pues está por siempre… “en manos de los juglares que van de ribera en ribera, llevando su caliente mensaje de poesía”. Jamás pudo aceptar la expresión de su abuela de que era un instrumento de “guatacucos”. 

Tuvo en Rafael Escalona, Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta, Alejandro Durán, Enrique Martínez, Crescencio Salcedo y Pacho Rada como los poetas de la más grande riqueza poética que hacían los cantos que repetiría con el mismo entusiasmo que vivió de juventud.  "Varita de caña, El cafetal y El compae Chipuco". Por nombrar algunos. Gabo fue el hombre que quizá más ha contribuido en la historia a delinear y perfilar la identidad múltiple de Colombia y los colombianos.


De esos milagros amorosos y  el desamor y las muchas fiestas e historias del que fue testigo fundador el maestro Gabo, porque él sabía que acariciaba el momento preciso como lo hacen los que aprenden a comprender a los demás y corroborar sus grandezas como parte testimonial de sus hazañas existenciales, pues es desde allí que nacen sempiternas unas escrituras que hoy son el manantial inagotable de diversas lecturas y estudios que jamás se  acabarán, porque todas sus escrituras son eternas e inmortales.



De ahí el tamaño de sus novelas y su trascendencia en la literatura, porque surgían y nacían en medio del fragor de las búsquedas como de sus incertidumbres de ser el inventor de todos sus abalorios. 

Acariciaba el asombro, palpitaba con el niño que siempre llevaba dentro de su alma de viejo moderador de los sueños de la esperanza, un dibujante eterno de bocetos y escenas perfectas, desbordando cada escaleta de sus obras imaginativas desde  del cine literario que tuvo la certeza de heredarnos por siempre. 

Habitaba los senderos de las historias hasta compenetrarse en medio de sus tejidos, para tañer sobre ellas unas escrituras que eran capaces de poder pensar por sí mismas para cuando las tuviéramos en las manos los que las leíamos intensamente, aprendiéramos de ellas, como si todo lo que se reunía en ellas, fuera suficiente motivo para que pudiéramos asistir a su ceremonia mortal al celebrar su lectura maravillosa y compulsiva. 

Era el encantador de las mil y un millón de historias y fragmentos de la vida del mundo, que le había tocado vivir, sentir y sufrir e interpretar. El propio Blacamán. El reinventor de los senderos de las palabras que la oralidad recogía y volvía a pronunciar con nuevos elementos que enriquecían los fragmentos de muchísimas hojas que después eran los papeles de su eternidad literaria.



Un poeta infeliz porque no había aprendido el arte de hacer un bolero, pero si había logrado hacer la épica de la soledad más feliz del mundo: escribir con cierta bondad y carácter para todos, que al leerlo pudiéramos soñar despiertos, en cada espacio literario que podía inventarse cada mañana como el sabio tejedor del croche de sus delirantes filigranas. 

 (Fragmentos a propósito de sus conmemoraciones que vienen a la memoria en un día en la Biblioteca de la Vereda del Callejón de Aragba)

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